Casa que no existía ganó en 1967, junto al libro Cabeza de zanahoria, de Luis Rogelio Nogueras, la primera edición del Premio David de Poesía
En Colina Contorbe donde vivo, hacen unas tardes espléndidas para leer. En la radio anuncian el Premio Nacional de Literatura 2019. Me asomo a un febrero con pertinaz llovizna y voy por algunos libros. Entre una taza de café y un lirio japonés florecido me esperan A mansalva de los años (1990), El ojo milenario (1995), Rituales del inocente (1996), A la llegada del delfín (1998), El libro de los equívocos (1999) y Ante la pérdida del safari a la jungla (2009). Y como escondido del tiempo, con sus tonos rojizos me asalta el mítico Casa que no existía, libro que junto a Cabeza de zanahoria, de Luis Rogelio Nogueras, ganara en 1967 la primera edición del Premio David de Poesía. Me da la bienvenida Lina de Feria (Santiago de Cuba, 1945). Entro a esta casa como un ciego. Con asombro y algo de miedo palpo las paredes. Quiero escudriñar los silencios, las respiraciones, el sobresalto que hicieron posible estos poemas. Más de 50 años de estas señales. Señales de humo que nos llevan a una casa que existe y se llama Lina de Feria.
(Fragmentos)
I
han tomado mi casa.
uno tras otro llegan venciendo su eternidad
que les parece un obstáculo cercano y fácil
me faltan el respeto y entran
tirando al suelo máquina libros cigarros
cuadros que conservaba. los afiches.
todo desaparece
todo es mi madre y su tiza de la Superior
maggie conrado úrsula
mi ejército de la infancia
mi tropa para huir a la loma del burro
la soldadesca pura
ha entrado junto a mí
y esta casa ya no es mía.
luego se van con sus trajes absurdos
se va el flaco habitante de la memoria
rompiendo el blanco perdurar de los papeles
para dejarme tirado en mi actual tamaño
sujeto a un tiempo que no existe.
II
alquilamos la casa desconociendo que era
una sucursal del infierno en la calle reina
donde no habitaban cosas como la amabilidad
el favor grandioso
o las reales visiones de la gente.
allí vivía hortensia en la octava habitación
donde corríamos a sentarnos sobre la
suciedad del quicio
a doler rodilla con rodilla y a contemplar
como mataba
diariamente a su marido con un gesto art nouveau.
allí vivía ofelia que nos daba naranjas
robadas a su más reciente acto de amor con el verdulero.
todas las tardes
como si se tratara de una cuestión de tomar el té
paseaba entre los pasillos y los inodoros
un hombre que amaba con legítima intuición
el edificio cercano de gaudi.
alquilamos desconociendo la mayoría de estas cosas
desconociendo que el lugar sería
el sabio aniquilador de la inocencia
donde el tiempo se nos hizo un hijo
que se escapaba a diaria golpeadura
con su pan bajo el hombro.
III
la concertista era un personaje distinto
y era también la tía soltera que nos llevó a las tandas
y a los parques porque no podía hacer otra cosa.
era un personaje distinto.
pero su fama no trascendió los límites del barrio
de la misión bautista o de alguna fiesta en la semana
siempre tocaba los claros de luna
entre los mismos aires y las mismas emociones
como si alguien la fuera destruyendo
sobre el piano de segunda clase.
tan solo ella sabía ponerse un prendedor sobre el hombro
con un gesto de animal cuidado.
pero su fama no trascendió la lucha histérica con el abuelo
nuestro primer semental que atado a su sillón de mimbre
apelaba a cierta razón inhumana
a cierta lógica y costumbre de fin de siglo
en aquel pueblo contra todo escándalo.