La Editorial de Ciencias Sociales acaba de entregar un nuevo libro en su colección Historia, a propósito de cumplir este año su cumpleaños 45. El texto es una compilación de escritos de autores cubanos en torno al fraile Bartolomé de las Casas
La Editorial de Ciencias Sociales, que cumple este año 45 de haber sido creada, acaba de entregar un nuevo libro en su colección Historia. Se trata de una compilación de escritos de autores cubanos en torno al fraile Bartolomé de las Casas, el sacerdote que ha quedado en la historia como el Protector de los indios. En más de 600 páginas se reúnen los textos de 37 autores, precedidos por un prefacio de la Doctora Ana Cairo —quien junto a Amauri Gutiérrez se ocupó de la compilación— y dos narraciones del mismo Las Casas acerca de su estancia en Cuba: la primera formada por varios capítulos de su libro Historia de las Indias; la otra reúne algunos epígrafes de Apologética histórica.
Está claro que en la obra no se incluyen todos los cubanos que han escrito sobre Las Casas. El criterio seguido para la selección no ha escatimado en acoger a personalidades decisivas de la vida intelectual nacional con una pluralidad de miradas diversas en perspectivas e intenciones. Por ello aquí no hay un solo Las Casas sino varios; lo que los une, más que el afán académico de aportar nuevos conocimientos acerca de esa personalidad, es cómo la lectura del pasado desde el presente se ha empleado en todos los casos para también leer ese presente, y hasta para juzgarlo en más de una ocasión.
La riqueza aportadora de este libro reside, por un lado, en lo ya dicho en cuanto a que permite percatarnos de las miradas, los imaginarios, la significación de Las Casas en la vida cubana desde sus caminos iniciales por el devenir nacional; y, por otro, en la diversidad de escritos escogidos. Así tenemos el estudio analítico e iluminador que nos enseña quién era el fraile, como los formidables exámenes de Fernando Ortiz, Julio Le Riverend y Eduardo Torres Cuevas; o las eruditas reflexiones de José Antonio Saco y José María Chacón y Calvo, junto a opiniones reflexiones breves, esbozos como los textos de Felipe Poey, Isabel Monal, Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, Teresa Díaz Canals, Fray Manuel Uña y Oscar Loyola. Hay poemas de El Cucalambé, Clotilde del Carmen Rodríguez y de Fina García Marruz, un fragmento de una pieza dramática de Francisco Sellén titulada Hatuey, y una sorprendente joyita: la Cantata para Fray Bartolomé de Las Casas, de Alejo Carpentier.
En la gigantesca bibliografía lascasiana es frecuente que dos asuntos hayan atraído la atención de muchos autores, los que además han provocado y aún provocan controversias de todo tipo. Me refiero a la responsabilidad de Las Casas como supuesto creador de la llamada leyenda negra, que atribuye en soledad a España los horrores de la conquista del Nuevo Mundo y olvida los cometidos por las otras potencias conquistadoras; y la culpabilidad que se le suele atribuir respecto a la esclavitud del africano en América. A dos de los primeros historiadores insulares (José Martín Félix de Arrate y Antonio José Valdés) se unen en esas opiniones negativas Enrique José Varona y, ya en el siglo XX, Gastón Baquero, quien no solo demerita las capacidades intelectuales del sacerdote sino que evidencia marcada antipatía hacia él y lo cubre de denuestos. El gran cronista de costumbres que fue Gustavo Robreño nos sorprende a los lectores de hoy cuando se mueve por esa línea en una narración que él mismo califica de humorística.
No es del caso ahora debatir sobre ambos puntos. Sí hay que llamar la atención en cuanto a que la amplia mayoría de los autores reunidos en la compilación se pronuncian en sentido contrario y niegan semejantes responsabilidades a Las Casas. Baste citar a Antonio Bachiller y Morales, quien rompió lanzas con brillantez y precisión contra esos juicios adversos. Pero, sobre todo, lo que destaca en la aplastante mayoría de los casos —incluidos el historiador Valdés y Varona— es la alta valoración ética que alcanzó y alcanza Las Casa para los cubanos. José Martí en su revista para niños La Edad de Oro es quizá punto esencial en esa postura. Y en el siglo XX serían Emilio Roig, Hortensia Pichardo Viñals, Fernando Ortiz, Roberto Fernández Retamar, Cintio Vitier, Rafael Cepeda Clemente, René Tamayo León, Adolfo Ham y los dos compiladores, quienes insistirían en este carácter modélico moralmente de la presencia de Las Casas entre los cubanos, y contribuirían decisivamente a entender la honestidad y actualidad de las conductas lascasianas. Por tal camino, algunos autores entran a fondo en la grandeza ética del fraile: Cintio Vitier y Carlos Venegas Fornaris.
Por último, hay textos que abren la mirada contemporánea hacia ángulos inobservados quizá: de Antonio Benítez Rojo se ofrece un singular examen acerca de lo que podría considerarse una de las tantas digresiones de Las Casas en su Historia de las Indias, que lo conduce aparentemente por los senderos de la ficción; y de Axel Li se nos entregan los rostros de Las Casas en el arte cubano, un muy interesante y novedoso estudio. Y no deja de resultar llamativa la carta en que la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba apoya la iniciativa de promover la canonización de Las Casas, entre otras razones, porque se considera en ese documento que la estancia en la Isla fue decisiva para que dedicara el resto de su vida a defender el trato digno y los derechos humanos de los amerindios.
El Padre Las Casas y los cubanos se completa con un valioso testimonio gráfico de piezas artísticas, portadas de revistas, sellos, monedas y fotos relacionadas con el fraile, además de una bibliografía y cronología cubana sobre el tema, y un muy útil índice temático de los textos compilados.
Obra voluminosa, de consulta obligada para quienes anden por las rutas lascasianas, su revisión seguramente provocará la admiración de muchos lectores y contribuirá sin duda a una mejor comprensión de nuestra cultura y conciencia social.