El más gigantesco árbol genealógico de la historia interconectó a trece millones de personas y reveló interesantes comportamientos humanos
Conócete a ti mismo, instaba el famoso oráculo de Delfos. Pero con aquello de que el último grito de la sicología es apegarse al presente y vivir el hoy, a muchos se nos ha olvidado hacer las rayitas de un árbol genealógico para sondear a la familia que ya no está en lugar de empinar las bembitas en una selfie que nunca nos retrata.
La tierna emoción de descubrir la historia loca de algún tatarabuelo artista de circo, los giros de peripecias amorosas dignos de novela entre la abuela y su esposo, o la graciosa coincidencia de hallar que el custodio de tu centro de trabajo —historia real— resulte ser tu primo tercero, aunque solo se te dé un parecido en el tono de las uñas… todo eso se queda sin explorar en estos días de tanto Facebook y televisión HD.
No sé si seré demasiado irresponsable, pero lo más lejos que he llegado buscando en los misterios de mi parentela es a descubrir que tuve un bisabuelo bautista y médico mambí, y que en la cuarta rayita de las generaciones, mi dibujo se pierde hacia Europa, como el de muchos cubanos.
Por eso sí me parece impresionante que un árbol genealógico haya llegado a incluir en su dibujo a 13 millones de personas. Una cantidad mayor a la de habitantes en nuestra Isla.
Claro que buscando en capillas y actas de matrimonio hubiese sido tal vez más espectacular, por imposible. Pero estos investigadores supieron usar lo que nos gusta para aprovecharlo científicamente.
Según detalló la revista Science, la recolección de datos publicados en la red social Geni.com, fue el cantero de este superárbol para una gran familia noreuropea y norteamericana.
YanivErlich, científico informático de la Universidad de Columbia y director científico de MyHeritage, una compañía de pruebas de ADN y genealogía, que a su vez es propietaria de la red social, explicó que el equipo de trabajo detrás de esta hazaña utilizó la teoría matemática de grafos para organizar los datos que voluntariamente millones de ciudadanos habían publicado en la red.
A la manera de una madeja que se desenreda, el tamaño gigantesco de la familia que se reveló asombró a los estudiosos: 11 generaciones estaban incluidas en el trabajo publicado. Para hacernos una idea de la magnitud: en teoría, explica BBC, con 65 generaciones más se llegaba a un ancestro común a todos y de ahí hubiera sido posible seguirle los pasos hasta el origen de la especie.
«Es un momento emocionante para la ciencia ciudadana», consideró al medio británico Melinda Mills, demógrafa de la Universidad de Oxford, «demuestra cómo millones de personas entusiastas de la demografía pueden marcar la diferencia».
Y nosotros añadiríamos que demuestra también cómo la ciencia de este siglo puede aprovechar para bien las bondades de la participación ciudadana online para descubrir los muchos misterios que desentrañó esta enorme familia.
Los movimientos migratorios, los cambios de trabajo, las elecciones matrimoniales y la duración de vida de los individuos del árbol revelaron curiosas tendencias humanas y la relación de nuestro comportamiento personal con la gran Historia.
El análisis de cómo miles de esa gran familia perdieron sus puestos al llegar la industrialización, por ejemplo, así como la costumbre de elegir pareja dentro de la reducida zona de diez kilómetros, antes de 1750, y la extensión a unos cien kilómetros a partir de los nacidos después de 1950, fueron demostrando a los investigadores la estrecha relación del desarrollo tecnológico con la movilidad humana y los cambios de normas sociales.
La evolución de ideas y valores sobre lo moral o no, como el matrimonio entre parientes, también se mostró claramente en evolución en este megadibujo, que evidenció que antes de 1850 era muy común casarse con un primo cuarto, mientras en la actualidad, esa elección es bastante atípica y de darse, suele optarse por primos séptimos. Tales comportamientos están asociados al crecimiento de la difusión de ideas judeocristianas en una era de mayor información, pero también a un auge de la difusión científica, que permitió conocer los impactos genéticos de uniones consanguíneas.
Tantas aristas de estudio como ciencias permiten explotar este árbol de la humanidad del norte europeo y americano, sobre todo después de que los datos se colocaran a disposición de académicos e investigadores de todo el mundo en el sitio FamiLinx.org, para deleite de sociólogos, antropólogos, demógrafos, sicólogos sociales…
Y para quienes suelen creer que hay un misterio que hacía vivir más a «la gente de antes», ese fue el tema central más atendido por el equipo de investigadores liderado por Erlich.
¿El resultado? Asombrosamente discreto: la influencia de los genes en la longevidad solo demostró un período de ventaja de cinco años con respecto a hijos de personas no longevas.
Así lo demostraron los datos de tres millones de parientes nacidos entre 1600 y 1910. Un grupo que dejó fuera a quienes murieron por causas externas como las guerras o desastres naturales.
Los genes explicaban solo el 16 por ciento de la variación de la longevidad para los implicados, por lo que los investigadores recomendaron concentrarnos más en dejar de fumar o evitar vicios insanos que en cruzar los dedos deseando haber tenido un tatarabuelo de 120 años.
Además de sacarle una gran sonrisa al mundo por relacionar a tantas personas, este superárbol también llena de placer a académicos que llevan años apostando por las ciencias intercomunicadas entre sí y por el uso sabio de las redes sociales digitales para encaminar proyectos científicos de nivel macro.
Se erige como paradigma de la ciencia de estos días un estudio que logre proveer de información valiosa a numerosas ramas del conocimiento, que a su vez aporte un saber válido sobre nosotros mismos, ayude a proponer estrategias a partir de sus hipótesis, y de paso incluya la cooperación ciudadana en su investigación.
Con acciones similares se derriba la distancia entre académicos de casas de altos estudios y ciudadanos comunes, y se ha trabajado en la ubicación de hijos perdidos en naciones como Argentina, en la demostración de parentesco mundial con ancestros africanos que derriba dogmas racistas, en el rastreo genético de enfermedades hereditarias, y en la búsqueda del primer ancestro común, un sueño de todo antropólogo.
Pero quizá entre lo más valioso de este tipo de ejercicios de investigación esté esa verdad revelada de que los seres humanos sí son una gran familia. Y si eso nos sirve para ver a los otros como gente cercana, entonces tal vez estemos al fin arribando a una ciencia que recordó que existe no para crear estatus, poder económico de megaempresas, o mercados farmacéuticos, sino para hacernos una mejor especie, para conocernos a nosotros mismos.
Los árboles genealógicos se servían de fuentes como los archivos de iglesias y obituarios. Geni.com es capaz de recopilar datos a una velocidad mucho mayor con la cooperación de los internautas. Foto: www.buendiario.com