Seres vivos que se ajustan genéticamente a la rotación de la Tierra, microorganismos fotografiados en 3D, y otras «locas» propuestas de los Nobel científicos de este año
Pues claro que llegaron los Nobel, la alfombra roja de los descubrimientos (tecno)científicos con que cada año nos pavoneamos de conocer un poco mejor la inmensa maravilla de la vida en este universo expansivo, y de paso cumplimos la voluntad de Alfred Nobel de homenajear a quienes han hecho grandes aportes al mundo. Y este 2017 la propuesta da para alegrarnos y hasta para «hincharnos» un poquito.
Los misterios nacen esta vez desde las moscas de la fruta, los pagos del gimnasio, los sonidos desde el espacio y hasta un poco del boom de la «television 3D» a nivel celular... Y bueno, si eso no pica la curiosidad...
Desde nuestros orígenes, los seres humanos hemos cantado al ciclo de día y noches y a su dinámica rítmica, pero descubrir desde los genes de una mosca que los seres vivos poseen un refinadísimo control bioquímico según las horas del día es un misterio que sigue asombrando.
Por eso los científicos que lograron hacerse este año con el premio Nobel de Medicina, los estadounidenses Jeffry C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young, han pasado gran parte de sus vidas estudiando las moscas de la fruta sin sentir que hayan perdido el tiempo. Sucede que ese molesto insecto que revolotea alrededor de nuestros vianderos ha ayudado a revelar el increíble mecanismo por el cual tanto el mundo vegetal como las criaturas animales se ajustan al ciclo de las 24 horas del día, en armonía con la rotación terrestre: el llamado ritmo circadiano.
Este reloj biológico no es nada nuevo en sí mismo. Este ciclo circadiano (de circa, alrededor, y día, o sea, el ciclo alrededor del día) es una de las funciones vitales primordiales (regula el sueño, los comportamientos alimenticios, la temperatura y la presión arterial), el modo en que los organismos se ajustan y autorregulan a una jornada. Pero desentrañar su complejidad nos ha tomado mucho tiempo.
Hace poco un estudio publicado por British Medical Journal recomendaba los horarios del día ideales para ejercitarse, comer, trabajar y hasta para dormir o tener relaciones sexuales, pero los tres investigadores estadounidenses ganadores del Nobel de Medicina 2017 han llegado mucho más lejos con el tema del biorritmo diario, al descubrir los más profundos orígenes moleculares.
Al aislar el gen Period que produce la proteína PER se halló que esta se acumula durante la noche en la mosca y es degradada durante el día. Mientras va siendo reducida, suprime a su vez la expresión del gen en un ritmo preciso de 24 horas, y se genera así un ciclo diario de autorregulación, el responsable bioquímico del conocido ritmo circadiano, antes desconocido.
En estudios posteriores el descubrimiento de otro gen, Timeless, codificador de la proteína TIM, complementó la visión molecular de estos mecanismos de control biológicoasombrosamente ajustados.
Ahora nuestro conocimiento de las bases químicas de la armonía molecular con la rotación terrestre revela, por ejemplo, la manera en la que violar ciclos de sueño o alimentación afecta la salud, incluso con riesgo de enfermedades como algunos tipos de cáncer. O el modo en que afectar el clima y las estaciones podría desajustar procesos metabólicos. Se abren así sellos de conocimiento que estaban aún cerrados, y caminos plurales de nuevas búsquedas y aplicaciones prácticas para la salud y el autoconocimiento.
En plena posmodernidad los microorganismos todavía pueden (podían) salirse con la suya por un simple detalle: si no los puedes ver bien, pueden guardarte secretos. Pero lo que ocurre cuando los bioquímicos deciden ver bien es otra historia. Subidos al tren del boom 3D otro trío de amigos, los investigadores Jacques Dubochet, Joachim Frank y Richard Henderson, son los premiados padres de la criomicroscopía electrónica, o como ha declarado el secretario general de la Academia Nobel, Göran Hansson, «un método muy cool para ver moléculas» en el apartado de Química.
Luego de hallar una técnica para congelar en tiempo récord las moléculas y así observarlas microscópicamente en un nivel de detalle nunca antes logrado, este grupo de colegas de seguro no saldrá jamás de los libros de texto de nuestros hijos. De esta emocionante revolución bioquímica se trata la criomicroscopía. Y las posibilidades que trae de la mano son felicísimas.
Por poner ejemplos sencillos, las intrincadas estructuras de virus Zika o de bacterias resistentes a los antibióticos han sido observadas con esta técnica en una resolución que descubre mucho más que la antigua doble dimensión. De esta manera, los investigadores son capaces de detectar los secreticos y puntos débiles de un microorganismo, como si tuviéramos una vista aérea y satelital, en 3D, del campo enemigo.
En fin, que ahora sí no hay secreto que se escape con este invaluable avance tecnocientífico. Que se merecían el Nobel ¿alguien lo duda aún?
Richard Thaler es el economista a quien nadie podría etiquetar bajo una vieja categoría de profesor aburrido, y esta vez se ha llevado el Nobel de Economía por la brillantez de desentrañar las relaciones entre la ciencia de gastos y consumo y la psicología humana, con sus estudios de la economía de comportamiento.
Tras desafiar la manera tradicional de estudiar la materia, que supone que los seres humanos actúan racionalmente en sus propios intereses, Thaler propuso la tesis de que muchos factores no racionales inciden en el comportamiento económico de los individuos. Y claro que se dice fácil, pero durante años de estudio, Thaler logró identificar los factores sicológicos que más comúnmente afectan el poder de decisión de los consumidores de modo profundo y detallado, logrando abarcar interdisciplinariamente las ciencias de la mente y las de los números con igual experticia. A sus 72 años, el profesor de la Universidad de Chicago, le dijo a la prensa que el valor más importante de su trabajo fue entender que «para que la economía sea buena hay que tener en cuenta que la gente es humana».
Sus estudios han demostrado que muchas personas no saben calcular correctamente y tanto su fuerza de voluntad como su racionalidad son limitadas, a diferencia del paradigma de individuo con extensas habilidades de cálculo y lógica que se proponía anteriormente, anunció en sus propuestas investigativas, desafiantes para la Academia y la tradición.
Para Thaler, estamos compuestos por dos agentes económicos: uno que planea y otro que ejecuta. Esto se refleja en situaciones dispares, como la inscripción a un gimnasio. «Cuando una persona paga su membresía es porque tiene algún tipo de plan de futuro»; en cambio, «la decisión de asistir o no» la toma el ejecutor «como si fuera otra persona diferente, a pesar de que, físicamente, se trata de la misma», de ahí que muchas veces tomemos decisiones económicas que luego en hechos terminan por ser muy distintas, como ese ahorro que siempre decides hacer y terminas por abortar en pos de comerte un buen dulce de repostería cara.
De contradicciones humanas aparentemente tan sencillas, thaler supo extraer factores sicológicos profundos que descubren un poco mejor la humanidad, y cómo muchas estrategias de mercado juegan con esas «debilidades» de la psiquis para jugar malas pasadas.
Encima de sus aportes, lo aplicable de sus observaciones es muy notable en sus libros, en especial Un pequeño empujón: el impulso que necesitas para tomar las mejores decisiones en salud, dinero y felicidad, en el que se describen muchos problemas relacionados con la racionalidad y cómo ciertas personas y empresas ganan dinero a nuestra costa al conocer la economía del comportamiento, esa que es menos racional y maniquea que los números.
Que nadie lo dude más. Junto al Bosón de Higgs, las ondas gravitacionales son el descubrimiento científico de lo que va de siglo. Lograron revivir de modo escandaloso a un Einstein visionario y certero, trajeron una verdadera fiesta para la Física, que perseveró en la fe en la Teoría General de la Relatividad durante años, y finalmente, trabajo de décadas, colaboraciones internacionales, y años de investigación de por medio, lo demostró en hechos palpables: el Universo es un tejido de espacio-tiempo cuyas ondas se pueden sentir al ampliarse y moverse, a la manera de un lago. Qué profundo y hermoso misterio que se hizo realidad cuando a principios de 2016 un sofisticado equipo percibió el ligero toque del cosmos que venía a probar las palabras einstenianas como un soplo desde el espacio llegando a nuestra humilde rivera terrestre.
Por eso, y merecidísimamente, el Nobel de Física 2017 ha sido concedido, después de ser muy esperado, a Rainer Weiss, Barry Barish y Kip Thorne por la detección y observación de ondas gravitacionales con la colaboración LIGO, ese «aparatico» enorme con precisión milimétrica que fue capaz de detectar, entre millones de ruidos y vibraciones ajenas, el sonido del espacio expandiéndose.
Los padres de LIGO fueron los justos galardonados.
Este hallazgo científico, con todo el revuelo de alegría casi infantil de por medio para la ciencia y la humanidad, fue considerado el Descubrimiento del Año en 2016 para la revista Science y ya se especulaba con el nombre de estos tres físicos para el Nobel de Física 2016. Ahora llega al fin.
Hace unos días, por si fuera poco, la colaboración LIGO confirmó que han logrado detectar por cuarta vez este tipo de ondas que forman el tejido del espacio-tiempo.
Nada, que seguimos expandiéndonos y los Nobel nos lo recuerdan entre tanta noticia aciaga. Que así sea, y a tu memoria, Alfred Nobel!!