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Banana power y la pelea final de «supercavendish»

No muchos conocen de los llamados superpoderes del plátano, su misterioso origen y aun menos de la batalla que libra esta popular fruta por no extinguirse en el planeta

Autor:

Iris Oropesa Mecías

Banana, cambur, topocho, guineo... Llamado de las pintorescas formas con que cada región lo bautiza, el plátano ha estado con nosotros desde hace miles de años, y se considera una de las primeras frutas cultivadas por el hombre.

Las referencias más antiguas concernientes al banano aparecen en el Ramayana, un poema épico escrito en sánscrito hace siglos, y hoy, en el trepidante siglo XXI, no parece perder popularidad. Sin embargo, como todo buen compañero, se le suele desconocer o subestimar, y ahora que Irma nos deja en el país los mayores azotes a la agricultura sobre el cultivo bananero, con más de 1 400 hectáreas afectadas, es tiempo de reivindicar y descubrir un poco mejor a superplátano, como le llaman algunos nutriólogos, y desentrañar el interesante misterio de su batalla por sobrevivir en el planeta.

Superpoderes

Una rica combinación de nutrientes le asegura el reinado nutritivo a este fruto. Vitamina C, potasio, magnesio, fibra, calcio y otros minerales, unidos a una morfología que pareciera diseñada para llevar cómodamente a todas partes, le ratifican como el nutriente rápido y sano por excelencia. Pero a veces repetimos esas listas de vitaminas y propiedades sin imaginar sus utilidades. ¿O no?

La vitamina C es un factor de ayuda al sistema cardiaco, sin contar que siempre es útil frente a síntomas gripales. La fibra que contiene esta fruta, por otro lado, unos tres gramos por unidad, favorece el proceso digestivo y ayuda a equilibrar la glucosa en sangre, por lo que el banano siempre es mencionado como preventivo contra la diabetes. En específico un tipo de fibra, la pectina, se ha asociado a menor riesgo de cáncer de colon.

Por su parte, el magnesio actúa como dilatador de los vasos sanguíneos, con lo que funciona como regulador natural de la presión arterial, y el almidón resistente presente en la fruta aun verde, o «pintona», ayuda a los diabéticos contra la resistencia a la insulina, un problema de salud muy serio que puede terminar en acidosis sanguínea.

No se nos podía olvidar el potasio, el «arma mortal» de este superhéroe, que al reducir los niveles de sodio en el organismo favorece la excreción de orina y elimina líquidos retenidos en el cuerpo.

Para culminar, como toda fruta o verdura, el plátano es un guerrero antioxidante, o sea, combate naturalmente el estrés oxidativo provocado por los radicales libres que son causa de muchas enfermedades crónicas. En específico, el plátano posee como antioxidantes la dopamina y catequina.

En fin, que como diría mi abuela, este fruto «se vende solo». Pero no todo es color de plátano, y los titulares de varios medios sobre ciencia han traído malas noticias desde hace un tiempo.

Un giro dramático

El plátano, ese que nos parece tan común como los gorriones, está librando hace tiempo una batalla épica con un rival de gran magnitud que amenaza con borrarlo del planeta: el hongo Fusarium —que hasta nombre de villano tiene.

Roberto Dunn, autor del libro Nunca fuera de temporada, cómo tener la comida que queremos y cuando la queremos amenaza nuestra provisión de alimentos y nuestro futuro, desenreda el misterio de la posible extinción de este fruto desde la ecología aplicada. El problema va a una de las dificultades que acarrea el tratamiento capitalizado de los alimentos: los monocultivos, un ejemplo de uso mercantilizado de las ciencias de la agricultura.

Dunn explica, en un tono algo exagerado para algunos, que para la década de 1950 se podía considerar que la masa de plantas bananeras de Centroamérica era el mayor organismo vivo del planeta. Las llamadas repúblicas bananeras cultivaban ya un monocultivo del fruto, la variedad Gros Michel, pero hay un talón de Aquiles para el monocultivo que la ciencia ha advertido hasta el cansancio: su vulnerabilidad genética.

Veamos, las frutas en general poseen semillas, cuya extensión garantiza el futuro de una especie vegetal, pero el plátano no cumple esa regla.

Si bien la arqueología prueba que en un pasado la tuvo, el plátano moderno no posee semilla, se reproduce desde otra planta anterior, lo que permite afirmar que las toneladas de esta fruta que en el mundo se consumen cada año son como comer el mismo plátano, clonado una y mil veces.

A la manera de una copia de copias de un documento, esta fruta procedente de la misma fuente se debilita, pues la enfermedad que ataque a un árbol bananero es capaz de destruir a cualquier otro; al no haber variedades en su genética, poseen las mismas vulnerabilidades.

De ahí la llamada enfermedad de Panamá, que azotó los cultivos en los años 70 y fue solo resuelta con la variedad de plátano que tenemos hoy, el Cavendish.

Supercavendish en problemas

En su momento, el Cavendish salvó la supervivencia del fruto, al ser la variedad lograda que resistía al hongo Fusarium oxysporum. Pero al día de hoy «supercavendish» deberá enfrentar la mutación del hongo, que ya es capaz de vencer esta variedad del fruto que se cultiva en todo el mundo.

La lucha científica contra el monocultivo y la conciencia de que el excesivo mercantilismo conlleva malos usos de la genética en la agricultura (y en todo) serán nuestras últimas armas para salvar al plátano y otros cultivos antiquísimos de una muerte funesta en esa pelea final de «supercavendish» vs. Fusarium.

Curioso origen del plátano

El origen de esta fruta proviene del Sudeste asiático, donde aún crece en estado salvaje la especie Musa acuminata o plátano malayo, considerado el plátano silvestre más antiguo que haya existido. Sus frutos son pequeños y con semillas, y no tiene un sabor muy agradable. Otra especie de plátano silvestre de la zona es la Musa balbisiana o plátano macho, igualmente pequeño y lleno de semillas. Ambos son especies diploides, o sea, tienen un juego de cromosomas duplicado (2n).

Las diferentes combinaciones reproductivas entre la Musa acuminata y la Musa balbisiana crean frutas poliploides, que a diferencia de sus «padres» tienen el juego de cromosomas triplicado o cuadruplicado (3n o 4n), por lo que los frutos son mucho más grandes, se pueden comer y no tienen semillas, ya que son estériles.

En estos híbridos, el embrión muere como consecuencia de la inviabilidad del cruce que se produjo, acumulándose gran cantidad de pulpa alrededor de los embriones muertos que constituyen la masa del plátano. Por eso cuando partimos un plátano veremos unos «puntitos» de color oscuro que son los embriones muertos que no llegaron a convertirse en semillas.

Y si no tienen semillas, ¿cómo se reproducen? Pues las plantas que dan los plátanos pueden volver a crecer a partir de trozos de sus raíces o del tallo bajo tierra. Se puede decir que todos los plátanos que se cultivan son clones, copias genéticamente idénticas.

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