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Mi querido Albelo no era un simple mortal

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

La vida un día amanece muerta. Nunca antes, mejor dicho, Santiago Feliú, el trovador. Y no fue hace mucho tiempo que pensé en sustituir las llamadas telefónicas por visitas más frecuentes, porque a las personas que uno quiere tiene que hacérselo saber en carne y hueso, con abrazos, sonrisas compartidas, charlas interminables y la mirada que les regale la certeza de que se está ahí, cerca, para lo que haga falta.

A Ismael Albelo Oti lo recordaré siempre de esa manera, como una persona que quiero mucho y que en cada encuentro nuestro pudo saberlo porque la empatía que profesábamos era inigualable. Una enciclopedia viva fue como periodista y crítico de danza, pero sería injusta si solo clasificara su sapiencia en ese ámbito, pues con Albelo podía hablar de cine, de artes marciales, de Europa, de música, de amor, de emociones, de la vida. 

Su pasión, ciertamente, era la danza. La combinación entre la música y los movimientos corporales, la cadencia del espíritu a través de la técnica, las caídas, la elegancia en la espontaneidad en un escenario le hacían vibrar. Su mamá y la Alicia Alonso que él admiró profundamente toda su vida nacieron el mismo día, y se sentía orgulloso por ello.

Albelo, mi persona querida, no era un simple mortal. Hablaba de danza pero en sí mismo era una pieza danzaría, pues aunque no pudo ser el bailarín que anhelaba, trabajó para la danza a diario, como profesor en la Universidad de las Artes (ISA), como coordinador de eventos, como colaborador en programas de radio y televisión, como asesor, como presentador del conocido ¡Bravo!, como investigador, como consejero de quienes soñaban con dedicarse a esta manifestación artística. 

Nació el 26 de julio y justo un día de su cumpleaños vio bailar a Alicia en Giselle. En ese preciso momento, con menos de 15 años, decidió que ese sería su camino y no hay nadie en el mundo danzario de nuestro país que no conozca a Albelo. 

Doctor en Ciencias sobre Arte, es válido recordar que estudió Arquitectura unos años, pues Historia del Arte le permitió mayor cercanía a los contenidos que realmente le interesaban. Albelo era un artista, y un espectador incansable porque desde 1965, me aseguró alguna vez, que a cuanta función de danza se organizaba en La Habana, él asistía, excepto cuando estaba en otra provincia, en la que entonces su presencia se reclamaba para integrar un jurado o participar en algún encuentro de academias o de compañías danzarías.  

Eso sí, todo lo que bailó Alicia en Cuba lo vio y fue su amigo, y vivía orgulloso de eso, como de su labor como tutor de tesis de la Facultad de Arte Danzario en el ISA, de su rol como especialista en danza adscrito al Ministerio de Cultura y como crítico en escenarios internacionales. Se sabía dueño de un conocimiento que no guardaba para sí mismo sino que consideraba necesario compartirlo, multiplicarlo. 

Albelo defendía que en Cuba están los mejores bailarines del mundo, por sus condiciones físicas y técnicas, y al mismo tiempo abogaba por fomentar una política de desarrollo de la coreografía contemporánea cubana.  

Publicó el libro docente Repertorio de ballet del siglo XIX en 2013, bajo el sello de la editorial Cúpula, del ISA, además de artículos en distintos medios y quizá su tesis La relatividad de las negaciones posmodernas en tres relecturas de ballets del siglo XIX. Giselle, Nápolis y El Lago de los Cisnes, bajo la tutoría de Norma Gálvez y Hortensia Peramo, pueda convertirse en otro volumen.

¿Cuántos podrían atestiguar sobre su impoluto trabajo como director del Festival Los días de la danza, en la capital durante diez años y su labor en los festivales internacionales de Ballet de La Habana Alicia Alonso? Su ferviente amor por la magia del cuerpo convertida en arte fue su gran fortaleza. 

Yo sé que disfrutó su vida al máximo, a los pies de la Torre Eiffel y aprendiendo judo en La Habana. Sin embargo, fue una dicha para él haber hecho de la danza el principal aliciente en su existencia. 

«Belleza, ¿cómo estás?», me decía al llamarme o enviarme un audio por WhastApp. «Feliz de oírte», siempre le respondí, y de inmediato la risa cómplice para contarnos algo, antes de entrar en materia seria. Lo sorprendí en abril, durante el 30mo. Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet en La Habana, y fuimos otra vez, en ese momento, los amigos que hemos sido desde que la vida nos juntó en 2014. Cumplirás 77 años en próximos días. Escucharé tu canción preferida en tu honor. Espero que la cultura cubana preserve tu lugar siempre. 

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