Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De lo habitual a lo insólito

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Hace unos días recordé el cartel que se muestra como parte del mural en sepia que reina en los Jardines del Mella, en La Habana: «Habéis visto y oído… Habéis visto y oído un hecho ordinario, un hecho como los que se producen a diario y, a pesar de todo, os rogamos que bajo lo familiar descubráis lo insólito, bajo lo cotidiano, adivinad lo inexplicable. Ojalá las cosas habituales os inquieten».

Y como poseo buena memoria, de inmediato llegó a mí la imagen de ese día en que leí el cartel. Era sábado, hace años, y aquellos dos decidieron robar las preocupaciones, el agotamiento y el hastío de todo aquel que llegaba en busca de ese hecho cotidianamente insólito e inquietante.

Uno gordo, bien gordo, pero con voz de ensueño; uno flaco, muy flaco, pero con voz de huracán. Aquel, Diego Cano, y Samuel Águila, el otro. Juntos estremecen las sillas de quienes los escuchan, absortos, a pesar del bullicio de la calle, la hora pico en la parada, el sol o la lluvia.

Sumaron a otros, de vez en vez, para diversificar lo que a los tímpanos llega, que por cierto no solo es trova, vieja y nueva, sino también sonrisas, arranque, consuelo, refugio, lujuria, sentimiento, emociones. Enhorabuena por este dúo que regaló una linda tarde, aquella, cual «enamorado de otra muerte» y que ni aun así dejaremos solo.

¿Cuántas oportunidades como esa nos perdemos? A fines de mayo, por ejemplo, el programa que incluye Cubadisco es exquisito en varias sedes, y ahí están los artistas y, por cierto, no siempre mucho público. ¿Problemas con el transporte? Puede ser y es comprensible. ¿Falta de promoción? Quizá. ¿Desinterés? Probable.

Preocupa entonces que se gesten propuestas interesantes, enriquecedoras, de elevada calidad y no nos percatemos —como dice el cartel— que pudiendo ser algo ordinario, que suceda con frecuencia, lleva en sí algo implícito.

Acostumbrados estamos a que de manera sistemática se desarrollen eventos culturales diversos y como habituados estamos a que están ahí, «a la mano», los dejamos correr. Priorizamos otras cosas, tal vez no tan buenas, y los recursos destinados a aquellas quedan desestimados.

¿De qué manera podríamos —si existe alguna— estar preparados para admirar lo que es insólito, extraordinario, inigualable? Durante tres días Les Ballets de MonteCarlo ofrecieron un espectáculo increíblemente maravilloso. ¿Alguien pudo inquietarse con ello? Disfrutemos y apreciemos lo que, a simple vista, parezca habitual. Empecemos por ahí.

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