Da igual si es en una bodega o el más lujoso mercado, la escuelita rural intrincada, el policlínico, la oficina de trámites o el hotel de cinco estrellas. En todos debe primar un denominador común, una palabra que suele ausentarse a ratos y cuya privación añade malestares en nuestro ya de por sí difícil día a día.
Hablo de la calidad, sí, la de los productos y servicios que recibimos, la de las clases, la de los materiales que consumimos en la radio y la televisión, y hasta la de la música a la que muchas veces, sin quererlo, estamos expuestos, con un bombardeo de sinsentidos y vulgaridades que ya está cobrando mucho en nuestros niños y jóvenes, con un vocabulario limitado y obsceno.
El tema atañe a todos y en todo momento, y parte en la mayoría de los casos de la voluntad de quien debe proveer un servicio determinado.
Las carencias materiales, de tanto nombrarlas ya suenan a justificación para todo. Sabidas son las escaseces en los centros de salud, pero si desde el primer momento se recibe al paciente con amabilidad, priorizando a los más desvalidos, si se hace un uso efectivo del método clínico, se escucha, se pregunta, se explica, seguramente el efecto sanador comenzará por ahí.
Cuántas veces no hemos reservado turno para algún servicio de salud y nos toma el día terminarlo todo, casi siempre en una fila, de pie, con la incomodidad de ver pasar incluso a quienes no estaban de primeros. ¿Sería muy difícil ordenar el servicio y dar los turnos con horarios diferentes, para que las personas no pierdan el día frente a la puerta de una sala de ultrasonidos o radiografías, por solo citar dos ejemplos?
Igual sucede con los trámites, muy fáciles de organizar si le ponemos cerebro e informatización a cuanto papel es hoy necesario para cada procedimiento legal.
¡Y qué decir de la calidad en lo normado! Apartando el tema pan, que ya es casi incorregible, se suman otros que mucho tienen que ver con la organización en las propias bodegas, para que los productos no se mojen o mezclen unos con otros.
La calidad es un tema constante. Todos damos un servicio y recibimos otros miles. En dependencia de cuan bien hagamos nuestra parte, tendremos luego el derecho moral de exigir a otros que hagan lo suyo de la mejor manera posible.
Siempre que hacemos algo, lo mejor será entonces ponerse en la piel del otro, ayudarlo y ofrecerle, si no la solución, al menos la explicación y la sonrisa. Una sociedad se construye de esos poquitos, de esas pequeñas acciones para facilitar la vida a otros, y que mañana seguramente nos serán devueltas.
Es un derecho, pero también un deber cuando estamos de frente a otros. Entender eso es el primer paso, marcar la diferencia y poner la calidad en mayúsculas siempre, como referente, es el camino a seguir.