«Yo hubiera estado sosteniendo la cámara, hay que preservar el valor documental», dijo una de ellas. «Pues yo habría estado ayudando a ese pobre hombre, prefiero preservar la vida», respondió su amiga.
Dos horas tortuosas en una sala de cine, contemplando imágenes de lo que fue la resistencia durante los años de dictadura de Augusto Pinochet en Chile, dieron origen a aquel intercambio.
El documental ilustraba con crudeza las profundas penas que vivieron algunos chilenos de la época, quienes fueron violentados por la policía, golpeados sin piedad, mutilados y separados de sus familias.
Para muchos se había vuelto costumbre recibir duchas de agua fría en las calles a causa de un camión, cuya única utilidad era circular por espacios abiertos en determinados horarios del día para desarticular pequeños grupos de protestantes que, a pesar de él, fueron en aumento.
Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, incluso un bebé recién salido de una iglesia en brazos de su padre, recibieron un baño a alta presión.
Sin lugar a duda, una tortura; pero entre toda esta barbarie llamó especialmente la atención de estas amigas un joven retorciéndose en el suelo. Se trataba de un fotógrafo que estuvo sacando instantáneas en medio de la trifulca cuando, de la nada, un oficial de policía le arrancó un ojo.
La tensión del momento traspasó la pantalla. Todos los presentes, tanto los espectadores en un cine de La Habana años después, como los que fueron grabados, se paralizaron. Estos últimos se dividieron en varios bandos. Estaban los que presas del pánico decidieron huir, hubo quienes se interpusieron entre el herido y los policías, otros simplemente observaron, algunos creyeron oportuno documentar el momento y finalmente un puñado intentó ayudar al ser humano que se desangraba en el suelo.
Momentos como este marcan un antes y un después en la vida de cualquier persona, más que por el suceso en sí, por la actitud que asumimos. Aunque todas las reacciones son válidas y justificables, no puedo evitar preguntarme qué tan frío debes ser para solo quedarte a observar o grabar y hacer un show a raíz del sufrimiento de otra persona.
Este caso particular nos toca de lejos, sin embargo en la actualidad una buena parte de la población cuenta con acceso a internet, dispositivos móviles, cámaras o artículos que hacen posible documentar sucesos cotidianos. A pocos nos sorprende encontrar en redes sociales imágenes de personas en situaciones delicadas. Los inescrupulosos aprovechan que el morbo vende y que la ambición y el egoísmo están en alza.
Un caso connotado y reciente es el del popular salsero Paulo FG, quien acaba de fallecer por un lamentable accidente automovilístico. Icónico dentro de la cultura cubana, su pérdida representa un gran dolor para el pueblo. Sin embargo, videos y fotos circularon en redes de su estado inmediato tras sufrir el choque.
Este hecho se volvió viral por la notoriedad del accidentado. Me cuesta mucho creer que quienes documentaron el momento desconocían que una familia acababa de perder a uno de sus miembros más queridos. ¿Qué tan doloroso habrá sido para ellos ver los últimos minutos de su esposo, de su padre, del entrañable amigo?
Es aberrante que pretendamos hacer un show mediático, incluso obtener alguna ventaja del dolor de otra persona. Debemos exigir más respeto con este tipo de situaciones, más humanidad, y tomar las medidas para ayudar siempre que sea posible.
A veces, en ese triste instante fugaz, todo se reduce a sostener la cámara o ayudar a salvar una vida. A veces olvidamos nuestra sensibilidad en casa, el respeto al otro, el humanismo que nos debemos. Caprichosa hasta las entrañas, yo apuesto por la vida. ¿Qué escogerás tú?