Dice una frase que los extremos siempre son malos. Y que detrás de un intransigente se esconde solapado el oportunismo más atroz, tan ruin como la frontalidad de la injusticia. Las ideas extremistas del siglo XX en Europa, por ejemplo, nacieron de manera cautelosa, enmascaradas en «fogosos» nacionalistas que terminaron poniendo a todo ese territorio al borde del holocausto colectivo.
Fue el fascismo un feroz fantasma que enlutó al viejo continente, sobre todo en la década de 1930 y durante el primer quinquenio de 1940 con el devenir de la Segunda Guerra Mundial. Como si no bastaran aquellas lecciones de horror y muerte, luego de la derrota nazi esas ideas traspasaron las líneas fronterizas de Europa y mutaron a un fascismo de «nuevo tipo» en varias regiones del planeta.
Digo esto porque el fin de la Segunda Guerra Mundial no supuso, ya sabemos, el punto conclusivo de la ideología extremista. En pleno siglo XXI los grupos o facciones de ese corte continúan, en algunos casos, un andar sigiloso, camaleónico, aunque sin abandonar los mismos principios y objetivos supremacistas.
Están los que maquillan hoy sus acciones, los que se lanzan impunes al genocidio e, incluso, aquellos que desconocen los hechos y la historia con la sorprendente desfachatez de quien abandona el pasado por pura conveniencia.
Hace pocas jornadas fue noticia que el director del antiguo campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia, Piotr Cywiński, se negó a invitar a la delegación rusa al 80mo. aniversario de la liberación de ese centro que lleva el símbolo de lo atroz y la barbarie nazi, convertido desde hace años en museo.
Sin embargo, lo más cínico es que no estén los representantes del país del Ejército Rojo, que el 27 de enero de 1945 liberó a los presos judíos, polacos y de otros orígenes que sufrían un calvario en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.
En este mundo de hipocresías, apariencias y juegos simbólicos nada es casual. Por increíble que parezca, cuando ya vivimos el primer cuarto del siglo siguen resonando cánticos fascistas y expresiones de aprobación hacia aquellos actos tan deleznables. El negocio de la irracionalidad domina la variable del capitalismo extremista, y parece que son tiempos donde los magnates derrumban definitivamente las puertas de la ambición política.
Quien tenga alguna duda que mire hoy a los asesores todopoderosos del convicto y multimillonario presidente estadounidense Donald Trump. ¿En qué pueden pensar las mentes que más riquezas financieras acumulan, sino en seguir saciando su sed de poder a toda costa?
Para ello recurren al chovinismo de la política, como Elon Musk, que en fecha reciente «ofreció» su corazón al pueblo de Estados Unidos por mediación de un saludo eufórico que, lejos de recordar al vetusto Imperio Romano, solo nos pone a pensar en las épocas nazi-fascistas de la pasada centuria.
Qué otra cosa se puede esperar de estos personajes que dicen tener como referentes el mismo imperio, la misma conducta, y defender los mismos símbolos. La película del extremismo contra los inmigrantes, la comunidad LGBTIQ+ o hacia todo aquello que se antoje diferente a sus intereses nacionales vuelve a ponerse en práctica, delante de los ojos del mundo, con pasmosa impunidad.
Son los mismos políticos que hoy se cuelgan los galardones «pacifistas» por un alto el fuego en la Franja de Gaza cuando, tras el telón de un teatro de masacres, alimentaron con bombas y material bélico un genocidio perpetrado por otro Gobierno fascista, el que hoy tiene el Estado sionista de Israel.
Lo cierto es que cuando afloran las crisis político-económicas, o cuando existe una profunda crisis ideológica, ahí ganará espacio el extremismo. Por eso han sido tan relevantes para la izquierda los pasos dados en Caracas durante el año pasado, al instaurar el congreso mundial antifascista con la lógica de articularnos en el camino de la contraofensiva.
El peligro es cada vez más serio, real y objetivo. Ante la pérdida de hegemonía económica que vive el imperio moderno, ¿qué otro paso seguirá? Los rasgos fascistas están ahí, vivos, y no son parte, precisamente, de una gran obra teatral.