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La estirpe de las palabras

Autor:

Juan Morales Agüero

Desde que el lenguaje se agenció un lugar en la comunicación de los seres humanos, designar cada cosa con un nombre devino una necesidad impuesta por las circunstancias. La forma en que procedieron nuestros antepasados para tan compleja tarea deviene un enigma. Pero hoy sabemos que muchas palabras deben su etimología al entorno fundacional que las echó al mundo.

Vocablos hay cuya casta ignoramos. En español conocemos por testificar al acto de declarar sobre un suceso ocurrido en nuestra presencia. Su génesis data del Imperio Romano. Por entonces, a falta de una biblia sobre la cual jurar ante los tribunales, los declarantes estaban obligados a oprimirse los testículos con la mano derecha. Si se descubría que su alegato era falso, podían ser castigados con la amputación de esos órganos. Así, del término testículos nació testificar.

La palabra guillotina se inventó durante la Revolución Francesa de 1789. Nombró a un aparato encargado de decapitar a los condenados a muerte, entre ellos a Luis XVI. Procede del apellido del médico José Ignacio Guillotin, quien propuso a la Asamblea Nacional gala «humanizar» la pena máxima mediante un método menos doloroso que la horca. A partir de esa fecha, se le llama guillotina al sombrío artefacto.

Someter a alguien a un boicot significa excluirlo de algo mediante presión. Este término lo utilizó por primera vez el diario inglés The Time en 1890 para aludir a las acciones de unos granjeros que protestaban contra un tal Charles Boycott por las altas rentas que debían pagar por el alquiler de las tierras. En aras de exigir rebajas, se negaron a trabajar y a vender mercancías. Así fue como se impuso la palabra boicot.

Salario, ese vocablo de tan buenas sensaciones, tiene una historia curiosa. En el medioevo, la sal fue tan importante que se le llegó a llamar «oro blanco». Se le solía utilizar ¡como forma de pago! En efecto, a los soldados egipcios y romanos se les remuneraba por sus servicios con bolsitas repletas de sal. A eso lo denominaban salarium argentum o también dinero de sal. De ahí proviene el término salario.

Llamamos chovinismo a la alabanza exagerada de todo lo nacional frente a lo extranjero. Se trata de un epónimo derivado del apellido de un soldado francés del siglo XIX, nombrado Nicolás Chauvin. Este individuo ponderaba tanto su patriotismo y menospreciaba todo lo proveniente del exterior que se convirtió en motivo de burla pública. Así, en lugar de práctica patriótica, chovinismo devino patrioterismo.

Allá por 1885, el juez norteamericano William Lynch advirtió que ciertos forajidos se valían de ardides para burlar la justicia. Inconforme con eso, fundó una suerte de escuadrón de la muerte que los ejecutaba sin hacerles juicio. Por la pasión y la entrega con la que el tal Lynch aplicó justicia por su mano, esa práctica comenzó a llamarse linchamiento.

El armador norteamericano Samuel Colt también eternizó su apelativo en las cachas de una famosa arma de fuego: el revólver Colt 45 de seis tiros, muy popular en el otrora Lejano Oeste. Otros célebres fabricantes de armas fueron los hermanos Máuser, quienes crearon el primer fusil accionado por cerrojo, que luego pasó a llamarse así: fusil máuser.

Algunos objetos de uso común ostentan denominaciones afines con sus inventores. El quinqué, ese aparato tan útil, recibe ese nombre por el francés Antoine Quinquet, su creador en 1783. El condón integra también esta lista. Se da por hecho que la palabra proviene del Dr. Condom o Quondam, médico de Carlos II de Inglaterra, quien hacía preservativos con intestinos de animales para uso del rey.

La conducta signada por el placer que se siente en infligir sufrimiento a otros se denomina sadismo. El término surgió del escritor francés Donatien Alphonse François de Sade, conocido por Marqués de Sade, quien se ganó la ojeriza de la sociedad por su obra literaria pletórica de violencia sexual.

Hay más palabras derivadas de quienes las prohijaron. Simpatizo con el verbo cantinflear. Procede de Cantinflas, mote del actor mexicano Mario Moreno, quien solía hablar de forma disparatada. A quienes parlotean sin decir nada, se les dice eso, que cantinflean. ¿Conoce usted a alguno?

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