La ley de la vida dice que el ser humano nace, crece, se desarrolla y muere, eso es lo más natural del mundo, pero cuando lees o escuchas que más de
3 400 personas en Cuba han fallecido como resultado de las agresiones terroristas, indignarse es una formal manera de expresar lo que se siente.
La irritación crece al descubrir que la mayoría de los sicarios —autores intelectuales o físicos— de tanta violencia todavía se pasean libres por avenidas imperiales o simplemente ya no están en este mundo, pero se fueron sin pagar sus deudas con el dolor de tantas familias cubanas.
Por estos días, específicamente el seis de octubre, el dolor y las lágrimas regresaron al país. Se conmemoró el Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, fecha para recordar a compatriotas fallecidos como resultado de agresiones con la anuencia del Gobierno de Estados Unidos contra nuestra patria.
Ese día, hace 47 años, una bomba en la nave de Cubana de Aviación con 73 personas a bordo hizo estallar el avión en pleno vuelo. Los autores: los connotados terroristas Luis Posada Carriles (1928-2018) y Orlando Bosch (1926-2011), al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), murieron sin que se hiciera justicia por sus hechos terroristas.
Según publica la Agencia Cubana de Naciones Unidas en su sitio web, desde 1959 a 1997, el Gobierno de Estados Unidos realizó no menos de 5 780 acciones terroristas contra Cuba, que costó la vida a 3 478 personas e incapacitó a otras 2 099 como consecuencia de esos actos criminales.
Los terroristas, sin duda alguna, representan una de las mayores amenazas para la paz y la estabilidad en el mundo. Sus acciones violentas y extremistas han dejado —y dejan— un rastro de destrucción y sufrimiento en numerosos países, afectando a comunidades enteras y generando un clima de miedo y desconfianza.
Por lo regular, no representan a ninguna religión, etnia o nacionalidad en particular, son individuos radicalizados que abrazan una ideología extremista y están dispuestos a usar la violencia como medio para alcanzar sus objetivos, cuyo propósito principal es sembrar el caos y el terror, con la intención de desestabilizar Gobiernos, sociedades y fomentar el odio entre diferentes grupos.
Los actos de terrorismo no tiene justificación alguna, tanta violencia no puede ser tolerada. Atacar a civiles inocentes, destruir infraestructuras y sembrar el pánico no es, de ninguna manera, una forma legítima de lucha política o religiosa.
Es responsabilidad de los Gobiernos y de la comunidad internacional unir fuerzas para combatir ese flagelo. Cuba, por su parte, ratifica en una nota de su misión permanente ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra y los organismos internacionales con sede en Suiza, que rechaza y condena todos los actos, métodos y prácticas de terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, y que todo Gobierno involucrado en un acto terrorista debe asumir su responsabilidad ante la comunidad internacional.
Sin embargo, resultará imposible erradicarlo si se silencian, toleran, justifican o manipulan con el objetivo de promover intereses geopolíticos o económicos. Es imprescindible en el contexto sociopolítico actual enfocarnos en promover valores de paz, tolerancia y respeto.