Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ese contemporáneo que reta

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Hace 56 años, en aquel mediodía de octubre aciago, sus enemigos quisieron hacerlo desaparecer, para «descorazonar a futuros guerrilleros», dijeron, y renació convertido en constructor de esperanzas.

Dicen que en aquella choza que servía de escuelita en La Higuera, herido en una pierna, se incorporó y le dijo a su verdugo: «¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!» y sus últimos segundos, más que a clamar por la vida propia, los dedicó a indagar por la suerte de sus compañeros: el peruano Juan Pablo Chang y los bolivianos Simeón Cuba y Aniceto Reinaga: «¡Eran unos valientes!», exclamó ante la certeza de su final.

En la Quebrada del Yuro, Vallegrande, donde libró su último combate herido en una pierna y sin proyectiles, su fusil fue inutilizado por un disparo, pero el intento de suprimir su huella, silenciar su legado, fue el más completo fracaso, porque siempre usó un arma más poderosa para sustentar sus ideales: el ejemplo.

Así trasciende hasta nuestros días Ernesto Guevara de la Serna, el Guerrillero Heroico, el Che de muchos, que aún en tiempos de indefinición política, redes sociales y camaleónicas conveniencias, continúa siendo ese contemporáneo que reta, particularmente a los nuevos.

Un día les habló a los jóvenes sobre José Martí y les dijo que el lenguaje de los grandes no envejece. Él mismo lo demostró con creces. Se consideró uno más entre los noveles, por eso les exhortó a ser el modelo donde pudieran mirarse los de más avanzada edad, los que han perdido el entusiasmo.

Les instó a gozar de la alegría y espontaneidad de ser joven; a leer, estudiar, trabajar, ser disciplinados y sumarse sin temor a la vanguardia; a transformar el mundo junto al pueblo y sustentar con el quehacer creador el avance de la sociedad.

Confiaba en las nuevas generaciones y depositó en ellas sus mejores esperanzas y les demandó espíritu de sacrificio, no solamente para las jornadas heroicas, sino en todo momento. «Sacrificarse para ayudar al compañero en las pequeñas tareas para que cumpla su trabajo (…) para que pueda mejorar de cualquier manera».

Fue el estudiante que viajó por toda América y al contacto con la miseria descubrió que quería ayudar a la gente con su esfuerzo personal; el médico devenido expedicionario en una noche, el guerrillero deseoso de demostrar que «los galones otorgados eran merecidos»; el luchador internacionalista convencido de que cumplía con «el más sagrado de los deberes».

Nos llega como el ministro que sería el primero en asistir e impulsar el trabajo voluntario, el ícono político que supo hablar sin máscaras, y dijo las cosas como las pensó; el economista, el soñador, el hombre de principios que al marcharse de Cuba escribió: «(…) no dejo a mis hijos y mi mujer nada material (…) y me alegra que así sea».

Es también el paradigma de la izquierda mundial. El hombre que al valorar su huella advertiría: «He cambiado en el curso de la lucha, y (…) me he convencido de la necesidad imperiosa de la Revolución y de la justicia inmensa de la causa del pueblo». El revolucionario antimperialista guiado por grandes sentimientos de amor al que deberíamos parecernos más desde las acciones cotidianas.

En una Cuba que cambia y pugna en un mar de crisis por defender sus esencias, el pensamiento guevariano es brújula y camino en el empeño de prolongar la Revolución. Conocerlo, beber de su creatividad, de su apuesta valiente contra el dogmatismo, de una ética en que ideas, palabras y acciones fueron siempre de la mano, es herencia que reta.

En el Che profundo, que habita más allá de la frase conocida, la imagen en el pulóver o la gorra, encontraremos siempre respuestas, y sobre todo la confirmación de lo que no podemos olvidar. No basta con leer sus textos: entender y estudiar su pensamiento es hoy más necesario que nunca porque allí se hallan las claves de quien soñó un hombre nuevo.

Si queremos que nuestros hijos sean como el Che, es preciso hablarles del hombre que podemos encontrar mientras caminamos la ciudad o hacemos desde nuestro pedacito, al que nos podemos acercar haciendo lo que él predicó. Solo así continuará renaciendo, conminándonos a seguir soñando imposibles.

 

 

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