Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El paraíso en las penumbras

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

El Chama llega a la casa y hay silencio total. Hoy la madre llegará tarde: lo puso en una nota sobre la mesa. «La comida está hecha —escribió—. Solo tienes que calentarla. Besos».

La noticia es buena y mala. Es buena porque estará solo un tiempo. No mucho, pero algo es algo. Un tiempo para leer, mirar el grupo en WhatsApp y para hablar tres o cuatro basuras con los socios, que eso también es útil para la vida, ¿quién dice que no?

Pero la información es mala porque si se va la luz no se podrá calentar nada. Una ecuación sencilla y aplastante: hornilla eléctrica y ausencia de fluido energético son inversamente proporcionales, por lo que el resultado es igual a comida sin calentar, y ponga usted el nivel de la «n». Hasta Einstein se quedaría loco.

El Chama mira al techo y aprieta varias veces el interruptor: no hay corriente, estás en apagón. Estira el cuerpo, los brazos... Qué bueno: cuando se comen fríos, los frijoles no dan tanta aventazón.

Por la ventana se ve la llegada de la noche. Una penumbra suave comienza a caer sobre el vecindario. Como la casa se encuentra al final del barrio, donde termina la ciudad, al otro lado no hay viviendas ni nada. Solo monte.

Por eso, cuando se va la corriente, el canto de los grillos se escucha más fuerte. Entonces el apagón es una felicidad. No hay luz, no hay bulla. La utopía hecha realidad: Adán en el paraíso en busca de Eva, y a Eva se la encuentra en el celular.

Lo toma, mientras en la mente ensaya el saludo; pero la batería se encuentra al mínimo. Se hunde en un butacón de la sala y mira al vacío. O a su alrededor. Una de las casas de al lado es un poema. La dueña es una señora que habla poco. Es flaquita y de nariz aguileña. Vive con sus hijos. La hembra se consiguió un yumita por el teléfono. Ella, mientras tanto, espera y atiende a su niño y a su jevito, papá también del bebé.

Con ellos, además, vive el varón de la dueña. Dicen que estuvo preso y de vez en cuando se busca una botella de ron para ponerse en nota e irse al cielo con Lucy y sus diamantes. Cuando eso ocurre, a veces los hermanos se fajan, el niño se pone a chillar y la madre se sienta en el portal, junta los brazos y la cabeza sobre las rodillas y se echa a llorar.

La otra casa del otro lado también es un poema, pero con una rima distinta. Ahí no parece que haya broncas. La señora se pasa el día limpiando. Sacude, sacude. Agua, agua. Si viviera en el Medio Oriente, le meterían una multa por uso irracional de los recursos naturales.

Lo de ellos son los celulares, la wifi... y son muy correctos, la verdad. Siempre saludan con cierto rintintín, pero sin la brigada canina: tú aquí, yo allá y con una sonrisita.

Bueno, cada quien es como es. El otro día los Rintintín fueron muy atentos con una familia de la esquina que tenía a una viejita enferma en el hospital.

Así las cosas, mejor parar. Si continúa con el glosario no hay para cuando terminar. Eso tienen los apagones: la gente piensa demasiado, y cuando el arroz está frío es mejor no darle muchas vueltas a la cosa. Lo malo es que la raspa no sabe bien.

Pero, bueno: del lobo, un pelo, piensa el Chama. Se va para la cocina y empieza a remover la comida. El aceite está caro, pero un poquito no vendría mal. Solo una tapita y estamos a nivel de restaurante.

En la oscuridad, al removerlos, los frijoles se oyen como si fueran una pasta. A lo mejor no se han fermentado. Si lo están, es un tranque de dominó. Lo malo es que ya los juntó con el arroz. Eso sí puede ser un tranque.

¿Solución? A mal tiempo, buena cara. En la puerta se oyen unos toques. A lo mejor es para avisar que la luz viene por la esquina. Abre y en medio de la penumbra unos brazos delgados extienden unos pozuelos.

«La comida está calentica —escucha—. Parece que la corriente va a demorar».

El muchacho intenta decir algo. Las palabras se mezclan con otras y apenas tiene tiempo para ver una nariz aguileña. Le dicen que los frijoles tienen malanga y el Chama siente una tibieza en las manos. Hay un olor suave a ajo bien cocido. Ajo cocinado con un buen puré de tomate.

Se sienta en el portal. Del monte llega el canto de los grillos. El Chama respira hondo. Es verdad lo que dicen por ahí: a veces el paraíso no está en un celular.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.