Lo más certero para hacer que una economía avance, crezca y se desarrolle es producir. En ello tal vez estamos de acuerdo de forma unánime. Las fórmulas mágicas nunca han existido en términos económicos porque o te levantas e impulsas a conciencia con el esfuerzo de todos, o terminas patinando en el mismo lodo de improductividades. De ese atolladero de números que muestran incumplimientos, ineficiencias y limitaciones solo se sale a base de rendimientos.
De urgente ha catalogado el tema para el país el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante sus recientes recorridos por varias provincias, en los que ha instado, además, a fomentar sistemas productivos locales que respalden el autoabastecimiento territorial.
Pero en la práctica seguimos, literalmente, «arando» en falso dentro de un mar bien salobre, entre el ir y venir de oleajes discursivos que nos repiten: «Necesitamos producir más». Y es lógico que este eslogan nos guie, en medio, por ejemplo, de tantas tierras ociosas a uno y otro lado de las carreteras, o cuando el decisivo impulso de la empresa estatal socialista, base de nuestro sistema económico, parece darse de forma muy lenta, casi imperceptible.
En el caso de la agricultura, el vice primer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, dijo en días recientes que prácticamente todas las producciones principales están disminuyendo de manera sistemática de un año a otro. «Han bajado los niveles de producción de vianda, hortalizas, huevos, leche, arroz, frijoles y otros productos», reconoció.
Frente a esta realidad preocupante, las soluciones parecen estar supeditadas al interés de unos pocos, como si el fenómeno no fuera un problema que transversalizara la vida de todos los cubanos. Cierto que para alcanzar mayores rendimientos hacen falta muchos poquitos, como dirían por ahí, aún más cuando vivimos sitiados y con mirillas de cañones externos apuntando hacia las zonas neurálgicas de una economía ya golpeada por la fuerza de tantos años bajo bloqueo.
Sin embargo, el valor principal para desarrollar la productividad, hasta cierto punto, no depende solo de los niveles de importaciones ni del fertilizante del que, en el caso de la agricultura, carecemos. Se trata de nosotros mismos. De esas manos dispuestas y del compromiso de los hombres y mujeres con el trabajo.
Al menos soy un convencido del romance entre las ideas y la práctica coherente. La nuestra no es la generación aquella que vivía con las botas puestas en jornadas corridas al campo, como sí sucedió con mis abuelos e, incluso, de las que se hicieron eco nuestros padres.
¿Qué ha cambiado ahora? Nos hemos reconfigurado y creemos muchas veces que participar en la producción es simplemente entrar un día determinado y sin sistematicidad al surco. Y los espejismos al final hacen tanto daño como la propia inmovilidad.
Si queremos dar un giro radical de 180 grados al rendimiento y la productividad agrícola, son tiempos de pensar también en retomar, desde sus ideas y conceptos, aquellos aportes juveniles en el campo que impulsó nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, desde principios de la Revolución.
No hablo de grandes movimientos de una provincia a otra, con cálculos que impliquen gastos exorbitantes en términos de transportación y logística porque ese fue el motivo principal para que las escuelas al campo terminaran cerrando. Mas, el compromiso por mejorar debe hacernos pensar en la concepción del trabajo como aporte noble desde la secundaria, el preuniversitario o en el nivel superior, en respuesta a las necesidades básicas de cada territorio.
Díaz-Canel ha llamado a crear empleos para elevar los niveles productivos en las empresas agropecuarias, vincular el Ejército Juvenil del Trabajo con los planes de los municipios. Y yo agregaría, en esta ocasión, el impulso de los estudiantes, jóvenes y trabajadores que voluntariamente, a nivel local, también podemos acomoter de forma sistemática los fines de semana, o en cualquier momento del mes, el trabajo en la agricultura.
Toca para ello movilizar el espíritu desde la propia localidad y poner en práctica el cómo sin llegar a cometer los mismos errores. El hecho en sí de participar no nos hará héroes, es parte de esos deberes ocultos que muchas veces nos corresponden como generación. Y producir en este país, ahora, es una palabra de orden.