Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La otra balanza

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

En lo que parece un campanazo (necesario y bastante esperado desde hace tiempo, por  cierto), el último Pleno del Comité Central del Partido puso en la mira la espiral de precios que se vive dentro de esa esfera decisiva para el país, llamada comercio minorista.

No fue este el único tema; pero, al juzgar los criterios presentados en la televisión y las informaciones aportadas por las redes sociales, el fenómeno inflacionario y sus primos hermanos dentro de ese sector tuvieron un cierto énfasis en las intervenciones del encuentro.

Ya el solo hecho de analizarlo en una reunión de ese nivel constituye un indicador de la atención con la cual se mira este asunto desde las estructuras de decisión en Cuba; sobre todo cuando el análisis se realizó después de los recorridos del Presidente por distintas provincias y a las puertas de una nueva sesión de la Asamblea Nacional.

Si en los próximos días se presentan medidas para esa actividad, es algo que no podemos asegurar.

Pero lo palpable sí es algo en lo cual no hace falta ostentar la condición de especialista para afirmarlo, y es la necesidad de prestar una atención especial a esa área, muy compleja y cuyas acciones rebasan la actividad de un ministerio en específico por la cantidad de actores involucrados en ella.

Es decir, el Ministerio de Comercio Interior (Mincin) podrá ser el ente rector; sin embargo, en la práctica el asunto rebasa esa entidad con la venta de cuanto artículo o servicio que se oferta para el mercado minorista: desde los espacios de Acopio hasta cuentapropistas y carretoneros sin olvidar a vendedores de plantas ornamentales, perritos, libros, tornillos, pegamentos, piezas de autos y todo lo que aparezca dentro de un infinito listado de necesidades.

Antes de la pandemia y la actual caldera inflacionaria, el comercio minorista en Cuba siempre había navegado por aguas turbulentas en el intento por conciliar la satisfacción de las demandas de la ciudadanía con el poder adquisitivo de la población para adquirir esos servicios.

Se pudiera afirmar que nuestra historia económica transita por las tensiones no solucionadas en ese sector desde los días del derrumbe del campo socialista y la entrada de Cuba en la etapa del período especial.

A la vuelta de aquellas fechas hasta acá, mucho ha llovido y no precisamente con gotas de agua.

Una constante de esa situación ha sido la presencia de un mercado informal, con más colores que un arcoíris y a donde consumidores y comerciantes se han dirigido a satisfacer sus necesidades. Así han estado las cosas, con la añadidura de otras leñas al fuego, como es la ausencia de un mercado mayorista para las actividades que tributan al comercio interior.

El resultado de esos conflictos ha sido la tendencia a la usura en medio de una galopante desprotección a los consumidores, desde lo estatal o lo privado, y donde la mala atención se combina con un robo (no olviden el pesaje, por favor) que a golpes de impunidad y desconsuelos ya ha terminado por aceptarse, fatalmente, como algo normal dentro de la vida cotidiana.

A la vez, por fuerza de los hechos y los dolores de cabeza cotidianos, esa situación se ha convertido en una seria distorsión de la economía nacional, que en el plano financiero ha permitido el drenaje de numerosos capitales fuera de las arcas estatales y con la consiguiente pérdida de montos monetarios muy importantes y necesarios para atender actividades sociales o recapitalizar las esferas productivas.

El tema tiene otra arista no menos atendible y delicada: el de ser el rostro más visible y palpable ante la población de los eslabones finales de la política económica del Estado.

De ahí que atender el problema obliga a la necesaria inteligencia, el apoyo y la sistematicidad, para no caer en improvisaciones y para abrirles el paso a la integración y a los adecuados mecanismos financieros que frenen esta danza de demonios llamada precios abusivos.

Por eso, los criterios dados en el Pleno del Comité Central no pueden quedarse solo en los campanazos de las denuncias y las reflexiones. Del tañido de la palabra, se debe pasar a la otra balanza: la del peso tangible de la acción y los hechos.

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