A los nueve días del mes de julio de 1991, el Rector de la Universidad de Oriente de Santiago de Cuba, expidió mi título de Licenciado en Periodismo. Inicié mi vida laboral ese propio año en el periódico Venceremos de Guantánamo. Un bombillo encendido era noticia; cuatro ruedas, excentricidad y una hamburguesa, la bendición. Era la crisis de los noventa, el llamado noblemente «período especial». Era mi estreno.
La conmovedora entrevista que me concediera Florentina (la hija del poeta, del patriarca guantanamero Regino E. Boti) y la visita a la Loma de Malones, cerca de la Base Naval norteamericana que usurpa suelo cubano, son algunos de esos trabajos que uno nunca olvida.
Cumplido el Servicio Social en la tierra del Guaso, era hora de regresar. Mi padre, aunque operado hacía poco tiempo, tuvo que ir con sus hermanos a labrar el surco. Eran tiempos duros y me propuse ayudarle: «No, no, siga usted en su periodismo, mi’jo, usted que pudo estudiar», fueron sus palabras.
En el ínterin, tuve que vender maní, tuve que pregonar aquello que lograba sacar a la tierra, lo cual siempre he tenido como orgullo, porque un trabajo honrado siempre lo es. En 1995, recomencé, esta vez en el periódico Sierra Maestra. Laboré allí durante un lustro como redactor jefe de la página cultural, defendiendo mi concepto de periodismo de la pasión, el único en el que creo.
Fui invitado al 7mo. Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), en 1999. Contemplo en el estrado del salón, en el Palacio de Convenciones de La Habana, a aquel joven vehemente que era yo. Hablé de la necesidad de llamar las cosas por su nombre, de la necesidad de la argumentación más que de las cifras, de la necesidad permanente de la belleza, de tanta consigna vacua que sobrepasar. Sigo soplando ese ardor a mis 54 años, para que ningún viento me lo apague.
A la vuelta, en la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, una persona me esperaba con un libro de Raúl Gómez García y una bandera. Ese instante lo tengo atrapado en mi memoria. Prefiero dejar fuera, sin embargo, a aquellos que solo quieren escuchar cánticos, que no han logrado entender que solo se critica aquello que te importa, aquello que se ama.
En el año 2000 sobrevino un giro en mi carrera profesional. Resultaba impostergable. La palabra escrita subió a mi garganta. Comencé a trabajar en la radio (en ese hermoso medio que es la radio), tan veloz, tan cercano a la gente. Desde entonces laboro en la emisora cultural Radio Siboney, así como en otras casas radiales, medios impresos y digitales del país que me han abierto sus puertas.
El afán de interpretar, reconocer y valorar el universo infinito de la creación cultural (con los esfuerzos a mi alcance), sigue marcando la brújula. Siempre he asumido la cultura, no como una obra de arte, sino como un espíritu; no como un entretenimiento, sino como un estremecimiento. La cultura es la vida. La cultura es Cuba.
Hay gente formidable en este archipiélago nuestro. Hay gente formidable entre mis colegas periodistas. Redactar la novela cotidiana en medio de tanta austeridad, resulta un reto nada despreciable. Andamos «envueltos en el día que nace», como diría Nicolás Guillén. El periodismo no es un ente aparte, desligado de esta sociedad a la que le urge romper la burocracia tenaz, perder en secretismo, ordenar las permisibilidades, quebrar cualquier privilegio que no devenga del trabajo honrado.
Tenemos derecho a un país mejor, sin ninguna intromisión exterior, debemos soñar un país mejor; mas sin confundir esas legítimas aspiraciones con el país en el que ahora mismo vivimos, ese que navega en medio de sus fulgores y también de sus angustias. Los que alguna vez han preferido que haga silencio o que disimule la verdad, defienden más su asiento que el país que ardorosamente construye un pueblo mil veces heroico.
He dejado mi voz, mis años, mi palabra en pro de avivar muchas utopías, de las cosas pequeñas, de proyectos sacados adelante con no pocos esfuerzos.He tratado de tocar al país desde la tierra donde nació Maceo, donde reposa Martí. Cada pedazo de este cocodrilo verde, tiene la misma altura.
La prédica martiana nos asiste con su luz infinita: «Solo quien sabe de periodismo y de lo costoso del desinterés, puede estimar de veras la energía, la tenacidad, los sacrificios, la prudencia, la fuerza de carácter que revela la aparición de un diario honrado y libre». Y por esos caminos, pese a todas las dificultades, hemos seguido andando.