Vuelven a sonar las campanas, señal de que muchos siguen sin escucharlas, a pesar del constante repique de las máximas autoridades para recordar que no son tiempos de estar detrás del buró ni de enterarse de los problemas por informes escritos o verbales, muchas veces manipulados por sus autores para evitar transmitir a sus jefes lo que consideran malas noticias.
Voy sobre un tema reiterativo, incluso en estas páginas, incentivado ahora por la manera tajante, clarísima, de presentarlo, y la exigencia de protagonizar en la vida misma el gobierno más efectivo: ese de cara a cara con el pueblo, sin miedo, en un diálogo sin imposición, un razonamiento con la verdad por delante sobre los hechos innegables que laceran el bienestar, a la par que se demuestra cómo se progresa, lenta pero inexorablemente, para revertir la actual circunstancia que tanto agobia.
Tampoco hay que temerles a las discrepancias con los que bailan al compás de la letra de qué malo, ¡malísimo! está todo… ¡Uf!, ni al lenguaje pesimista de los que no ven la luz en ese dificilísimo trayecto hacia la inexorable mejora, que es la única solución posible, aunque ocasione bajas, como en cualquier trance en el que está en juego lo vital e imprescindible: nuestro proyecto social.
Si alguien advierte que lo he dicho otras veces —a los suspicaces siempre hay que tenerlos presente—, sin rodeos ni retoques les confieso que estoy citándome. Ahí les va: miren que han reiterado que los responsables administrativos y de Gobierno no deberían nunca eludir el diálogo con la gente, preocupados al parecer porque solo quieren escuchar loas. O les faltan arrestos para asumir un debate que no sea con sus subordinados complacientes. O, peor todavía, que algunos se sienten por encima de los demás.
Igualmente insisto en que son tiempos que necesitan dedicarle más atención al barrio que a la oficina, y al verbo de la tribuna de la calle antes que al del informe, para dejar de cocinarse en su misma salsa. A eso acaba de llamar el Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, cuando afirmó: No hay otro método de trabajo, sobre todo en estos tiempos, que el Gobierno en la calle, a partir de una comunicación directa, oportuna, veraz y transparente con la población.
Pero quedan jefes que aún no se han percatado —y no son meras excepciones— de que llegó la hora de salir de ese blindado en que han convertido su oficina y seguir el modelo transparente del Presidente de la República y otros dirigentes nacionales.
De lo que se trata, ni más ni menos, es de aplicar permanente atención a la gente común, que en muchas ocasiones se relega a planos secundarios en las estructuras institucionales, cuando debería constituir instrumento vital para desempeñar cargos esa capacidad de tomarle el pulso a la realidad con los pies puestos en la tierra, no en la luna.
Todos debemos aplicar con rigor y sistematicidad ese mano a mano cotidiano con la población, inherente a las funciones de servidores públicos, porque dejar que lo subjetivo y banal prevalezca, ya sabemos de memoria a quién beneficia, y esas son palabras de mucho peso. ¿Alguna duda?