Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre la última joya y el nuevo mundo

Autor:

Yahily Hernández Porto

Esta ciudad, sin dudas, es mágica. Mientras más la visito, es mayor mi asombro por sus singularidades poéticas. Me refiero específicamente a las genuinas cualidades geográficas de Nuevitas, su gente amigable, su pueblo casi dormido en el tiempo y su incuestionable cultura.

Poética sí, porque en ella redescubrimos aquello que con encanto nos llega como una de sus olas embravecidas, las cuales bañan con la sabiduría pueblerina al visitante y a sus hijos, y a su patrimonio cultural.

Resulta que, como pocos parajes, Nuevitas la bella nos dio la bienvenida uno de esos días en que sus vetustas chimeneas aseguraban una buena jornada. Aquella caliente tarde en que todo parecía inamovible mientras recorríamos sus barrios, un insólito nombre atrajo mi atención, al tiempo que otros colegas con quienes desandaba esta tierra de pescadores también detuvieron el paso. «Pero… ¡cómo!», exclamamos en coro casi perfecto.

«¿Será verdad?», dijo un reportero aún confundido, mientras Alicia, otra periodista, afirmó como resorte: «Pues claro, hijo: aquí todo es posible cuando se trata de nombres insólitos». Yo seguía con la boca abierta, y no era para menos, porque el cementerio se nombra El nuevo mundo.

Desde aquel instante traté de explicarme el increíble apelativo. El debate siguió al asombro en nuestro grupo: «Si analizas bien, algo de verdad puede tener», acentuó uno de los caminantes, mientras otros no cerraban sus mandíbulas por el asombro y las carcajadas.

«Por algo nadie regresa del más allá…», enfatizó el Chino. Otro paró en seco: «Caballero, cuando a alguien lo coge la Pelona de verdad se va pa’ mejor mundo…», aportó a la broma, en tanto yo —con perdón de los muertos, a los que respeto muchísimo— seguía doblada de la risa.

Continuamos rumbo al corazón del centro histórico del norteño poblado, y cuando todo parecía estar en calma y nuestra risa sosegada, quedamos como estacas ante otro cartel que nos dejó trastornados… solo por unos segundos, porque luego estallamos en risotadas nuevamente.

Funeraria La última joya, decía el anuncio, e imaginen cuántas reflexiones provocó. ¿Será que en este litoral los nombres son así de mágicos?, cavilé durante el regreso a la cabecera provincial, y todos hicimos conjeturas sobre el origen de tan curioso hallazgo. Tal vez una señora de gran fortuna fue velada con sus prendas… O una joyería estuvo cerca, incluso en el sitio donde actualmente se brindan esos servicios necrológicos, aventuramos.

No me contuve ante el deslumbramiento que provocó tanta ingeniosidad, esa que nos llega gracias al poder de la tradición oral, y decidí invadir la privacidad de Ricardo Ferrer, historiador de esa localidad camagüeyana, quien aseguró que son muchas las inverosímiles hipótesis alrededor de ambos acontecimientos, porque a Nuevitas los aires de modernidad siempre la rondaron con mucha fuerza.

El maestro aseveró que esa forma paradójica de llamar al camposanto viene de la segunda década del siglo pasado, mientras que la funeraria tomó su nombre en los años 30 de la misma centuria. Sin embargo, nadie tiene claro cuándo, por qué y bajo qué circunstancias surgieron los apelativos.

Lo insólito de esta historia, ampliada en el diálogo con el investigador Ferrer, es que, en su amada Nuevitas, las costumbres mortuorias poseen excepcionales epítetos, como recuerdan los más longevos lugareños, que suelen decir que al occiso «lo llevan para el mamoncillo», por existir en el centro de la necrópolis un gigantesco árbol de ese fruto.

Nunca antes la expresión de que el cubano se ríe hasta de sus desgracias tuvo mejor sayo que el confeccionado por algunos chistosos de esa comarca, quienes recomendaron una novedosa clave para identificar a su funeraria acorde con las funciones que cumple: La última noche que pasé contigo.

Dicen los lugareños que desde entonces fue tanta la «chivadera», que la propuesta se convirtió en motivo para seguir la rima cuando menos se lo espera la gente.

Al concluir estas líneas, me cuestiono: ¿Será el ataúd la última joya de todos los fallecidos? ¿Nos iremos para un mejor mundo después de «estirar la pata»? Y cuando el último adiós me toque, ¿abrazaré la idea que se leyó por muchos años en el arco del cementerio nuevitero, aquello de «en la tierra lo que seis, y en el cielo como obréis»?

 

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