Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vilma: fuerza y ternura que nos acompaña

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

 Hace 15 años, en la densa tarde del 18 de junio de 2007, Vilma Espín Guillois dejó de ser carne para convertirse en esencia, fuerza y ternura, que, como el perfume de las buganvilias que tanto amó, nos cobija y acompaña.

Desde entonces, está presente la huella de la niña audaz y amorosa, nacida en el Santiago de héroes y carnavales el 7 de abril de 1930, que compartía lo mismo la experiencia de trepar un árbol que una clase de francés con sus vecinos.

La adolescente espigada y de maneras elegantes, pero también estudiosa y audaz, amante de las ciencias, especialmente las matemáticas, tenía una bella voz de soprano y cualidades para el deporte y la danza.

La muchacha transgresora, cuando le llegó el tiempo de ir a la universidad, escogió entre todas las carreras posibles la de Ingeniería Química Industrial, un terreno por aquel entonces exclusivo de hombres, porque amaba resolver problemas y contribuir al futuro tecnológico del país, decía.

Lo tuvo todo para ser princesa: cuna de seda, belleza, inteligencia, pero prefirió recibir una clase de Historia de Cuba de aquel maestro, hijo de un ayudante de Antonio Maceo, y ser consecuente con la educación de sus padres.

«Me tocó hacer en aquellos días», diría una vez. Y entonces hizo; tanto, que su huella, intrépida y delicada, aún nos alcanza.

Una y otra vez se nos renueva la joven universitaria, desenvolviendo ardores e ideas en pos de la oficialización de la Universidad de Oriente, el centro de altos estudios que necesitaba la región; la revolucionaria en ciernes,  irguiéndose decidida ante la noticia infausta de que Batista había tomado el poder: «…ha llegado la hora…».

Se nos revela la líder clandestina, imprimiendo y distribuyendo volantes con versos de José María Heredia, «para que la población leyera del clamor de la libertad desde la belleza de la poesía»; retando a la cara a un esbirro sanguinario en una manifestación callejera, en nombre del luto de las madres.

Nos cautiva el temple de la dirigente clandestina, imponiéndose al dolor ante la pérdida del jefe, del amigo: «le mandé a poner el uniforme con el grado de coronel, la boina sobre el pecho y una rosa blanca sobre ella…»; y la sensibilidad de la guerrillera capaz de suavizar jornadas difíciles de monte y pólvora en las montañas del II Frente con un manojo de viejas canciones cubanas.

Con la misma fuerza que enfrentó un ejército en el llano o la Sierra, se levantó contra siglos de discriminación y prejuicios hacia la mujer después del triunfo del Primero de Enero, una batalla más difícil que las propias luchas libertarias.

Demostró con su ejemplo que el hogar y la Revolución no son incompatibles; convirtió en leyes, instituciones y proyectos, sus concepciones acerca de una  verdadera cultura de la igualdad y fue el alma de la familia cubana.

Nada le fue ajeno, desde la ropa cómoda y la sillita adecuada que debían llevar los niños en un círculo infantil, hasta cambiar la historia de una bailarina de cabaré discriminada; enarbolar las razones de las mujeres en Revolución en la más encumbrada tribuna internacional, y  atender en detalles la última voluntad de un compañero.

Con su andar legó a las cubanas de todos los tiempos  un excelso  modelo de mujer: el de la serenidad hecha sonrisa, interesada en atender lo grande y también lo pequeño.

A tres lustros de aquel infausto 18 de junio,  cuando seguimos en el batallar contra siglos de machismo, nos impulsa saber que la Heroína de la lucha clandestina y del Ejército Rebelde, la eterna presidenta  de la Federación de Mujeres Cubanas, fue ante todo hija de su tiempo: humana, alegre, sincera, sensible.

Su huella, sobrevive en niñas audaces, adolescentes espigadas y estudiosas, universitarias transgresoras, luchadoras con nombre de Vilma, con la delicadeza del ballet y el vigor del carnaval santiaguero.

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