¡Nasobuco quita’o!, dijeron algunos. Y al otro día de saberse la modificación de los protocolos sanitarios establecidos para el enfrentamiento a la COVID-19, muchas personas publicaron fotos en sus redes sociales, mostrando su rostro desprovisto de la mascarilla con los llamados #nasobucoquita’o, #alfinsinnasobuco, #carasinmascarilla, #diafeliz y #covidcontrolada. No pocas imágenes, incluso, revelaban labios pintados. ¡Casi se me olvida cómo se usaban los creyones!, comentó una amiga.
No es obligatorio, pero se recomienda mantener el uso de esta prenda en aquellos lugares donde la aglomeración de personas impide mantener el distanciamiento. ¡Qué va, que lo usen los feos!, expresó una señora en la guagua esta mañana.
Sin embargo, y confieso que me asombra, al cabo de las 48 horas de divulgarse esta decisión, debidamente analizada con antelación, son más las personas que veo en la calle con nasobuco que sin este. Diferentes edades, diversos lugares, razones similares.
Ante la interrogante: ¿Eh, y por qué lo usas todavía?, la mayoría respondió que la COVID-19 no se ha acabado, que todavía pueden enfermarse y que, además, «anda por ahí la viruela del mono, y aunque no existen casos reportados en Cuba, uno nunca sabe».
Hubo quien no lo dudó ni un segundo y desechó estos accesorios salvadores, y a la calle salió, recordando viejos tiempos. Pero el hecho de que yo viera más nasobucos de los esperados, me hizo pensar que la responsabilidad individual se consolidó en estos tiempos. Aunque algunas personas no lo usaban correctamente, encontrarlas con nasobuco demostraba que mantienen la precaución para no padecer la enfermedad ni arriesgar a quienes conviven en su entorno.
El Ministro de Salud Pública fue explícito. Se eliminan los pasos podálicos, sí, pero la desinfección de manos y superficies debe respetarse. Se elimina el uso obligatorio de la mascarilla, pero en el caso de las instituciones sanitarias debe continuar usándose. Niños y embarazadas deben portar la mascarilla para protegerse en cualquier circunstancia, aunque en las escuelas tampoco es obligatorio. Es, como se explicó, un llamado a la autorresponsabilidad.
Entonces me agradó encontrarme a personas que, aludiendo a una sensatez ya aprehendida, no quieren todavía arriesgarse a un posible contagio «aunque la situación esté controlada por la cantidad de personas vacunadas». ¿Será entonces que, como sucede con lo que se prohíbe, ahora es menos llamativa la idea de desobedecer la regla y querer burlarla?
Lo evidente es que si hemos avanzado en las cuestiones científicas relativas a la creación de vacunas preventivas, también hemos avanzado en la creación de una conciencia colectiva de apego a la vida. Bien hecho. Ahora elija usted si lleva o no el nasobuco.