Las medidas sobre Cuba, anunciadas por la Casa Blanca este lunes, fueron recibidas con un suspiro de alivio y una ceja levantada. La Cancillería cubana reaccionó con siete palabras justas: «un paso limitado en la dirección correcta». Es la primera noticia en cinco años que llega desde Estados Unidos que no cancele viajes, corte remesas, sancione un hotel, incluya al país en una lista espuria o se invente un cuento, como el de unas imposibles armas sónicas que atacaron selectivamente a diplomáticos estadounidenses en La Habana.
El paquete incluye la eliminación de los límites a las remesas, la reautorización de los llamados viajes pueblo a pueblo, los vuelos regulares a varias ciudades de la Isla y el programa de reunificación familiar, suspendidos por Trump.
Los funcionarios de la Administración Biden han dicho que las acciones «se centrarán en los derechos humanos y en el empoderamiento del pueblo cubano», argumento difícil de digerir. Primero, Washington ha tardado casi medio mandato para cumplir su promesa electoral de revertir las sanciones de su predecesor. Segundo, las consecuencias de la actitud de los sicópatas de cuello blanco que han conducido la política hacia Cuba, están a la vista. Al impedir que las familias a los lados del estrecho de la Florida se ayuden entre sí, incluso durante la pandemia, y al cerrar el consulado en La Habana y la posibilidad de otorgar visas, la tensión migratoria ha desembocado en una crisis real que amenaza con impactar de manera nefasta para los demócratas en las elecciones de medio término. Una encuesta de Real Clear Politics sobre la cobertura de los asuntos migratorios durante el actual Gobierno, sitúa la aprobación pública en un miserable 35 por ciento.
Pero hay otras claves ocultas. Claro que se agradece el anuncio del restablecimiento del programa de reunificación de las familias cubanas y el aumento de servicios y procesamiento de visas en el consulado de EE.UU. en La Habana, porque significa que muchos cubanos no tendrán que viajar a Guyana o a México para hacer los trámites. Pero las medidas soslayan la histórica politización de la migración, que incentiva el éxodo irregular y riesgoso de los cubanos.
La decisión de levantar las restricciones de 11 dólares al día para las remesas —mil dólares en un trimestre— aliviará la economía de muchas familias cubanas y potencialmente podría ayudar a los negocios y a las pequeñas y medianas empresas privadas. Pero no está claro cómo se ejecutará esta decisión, puesto que Fincimex, la entidad a través de la cual se distribuyen las remesas en Cuba, fue incluida por Trump en la «lista negra» de las empresas con las que los estadounidenses tienen prohibido hacer transacciones. La pregunta lógica es cómo atravesarán el Atlántico las ayudas familiares.
La extensión limitada de los viajes a Cuba también es una buena señal. Sin embargo, en el paquete ni se menciona el derecho de los estadounidenses a viajar a la Isla. Washington les exige portar una licencia del Departamento del Tesoro, so pena de una multa ejemplar. Los llamados «contactos pueblo a pueblo» solo pueden realizarse en grupo, con una agenda prestablecida, un guía responsable de hacer cumplir las regulaciones y mecanismos de auditoría, que obligan a justificar cada gasto y guardar la documentación durante cinco años.
La desconfianza de la ceja levantada en realidad obedece a lo de siempre. Cada vez que nos despertamos, con o sin anuncios del Gobierno de Estados Unidos, el dinosaurio del bloqueo todavía está ahí con su retorcida ecuación de asfixia económica más aislamiento político, que debe conducir al caos social y, en consecuencia, justificar el cambio de régimen a voluntad de Washington.
No importa que esto haya sido ineficaz durante 60 años. El Gobierno estadounidense sigue gastando más de 25 millones de dólares anualmente en programas públicos para el cambio de régimen en Cuba (la cifra total es infinitamente mayor, porque no conocemos los fondos secretos) y ha mantenido a la Isla en la lista de países que patrocinan el terrorismo, a pesar de que no hay evidencia alguna que justifique semejante cosa. Eso impide que la mayoría de las instituciones financieras del mundo se arriesguen a ejecutar transacciones con el Gobierno cubano o que este pueda acceder a créditos para bienes y servicios básicos. Es decir, el bloqueo es también un hecho transnacional por decisión de Trump, y Biden lo ha mantenido en el mismo lugar.
Las medidas son un paliativo, sí, pero el secreto está en la ceja. (Tomado de La Jornada)