Se les ve andar con semblantes de satisfacción, esos que transmiten el buen sentir, mientras descubren las calles, plazas y sitios emblemáticos de Santa Clara. Todo denota en estos turistas tranquilidad en la apacible ciudad que les abre sus puertas.
Hasta ahí todo muy bien, sin olvidar que la imagen refleja cómo la locomotora de nuestra economía se enrumba de nuevo, poco a poco, por la carrilera deseada.
Sé que nos invade la alegría al presenciar a más visitantes paseando y descubriendo con más frecuencia los espacios céntricos y hasta suburbanos de nuestra Cubita la bella.
Hasta ahí todo muy bien, si no fuera porque muchos de esos turistas se pasean sin nasobuco y entran a establecimientos públicos sin que respetuosamente les indiquen su desliz.
Obvio. Los hay que andan en carros rentados, o simplemente con la mochila a cuestas y que sí emplean mascarillas. Entonces no metamos a todos en el mismo saco.
Hago esa salvedad debido a que los «oportudorados» —no le pidamos peras al olmo— aprovechan el desacierto para clavar el dardo de «A ellos no los multan, pero si fuéramos nosotros ¡allá va eso!». Y rematan con un «¿habrá alguna explicación creíble?».
Sí. Pienso que en esencia los turistas tampoco muestran con intencionalidad ese comportamiento que desobedece nuestros protocolos sanitarios contra la COVID-19. Más bien resulta un patinazo de los responsables de turismo que van al frente de los grupos, a quienes corresponde alertarlos sobre nuestro protocolo contra la pandemia.
Tengamos en cuenta que muchos de esos visitantes llegan de países donde ya el nasobuco se fue del aire, junto a otras medidas de protección, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud ha alertado que sería un grave error pensar que la pandemia ha terminado.
A las autoridades de cada país les corresponde determinar las restricciones y el momento de levantarlas, y, consecuentemente, existen disposiciones diferentes a nivel internacional.
En ese terreno está el uso de las mascarillas, vigentes en muchos países y en otros no, que han sido y son una fortaleza para contener los brotes y prevenir la propagación.
Mañana se podrá abolir su empleo, empezando por los espacios abiertos, pero en espera de ese momento, que ya se vislumbra, habrá que seguir con esta incómoda protectora pieza a cuestas. Incluidos nuestros respetuosos visitantes. Bien, ¿verdad?