La radicalidad del pensamiento martiano y su carácter revolucionario van de la mano, se conectan necesariamente en la trágica historia de las naciones latinoamericanas y con un método auténtico nos devela el misterio de aquellas, lo explica, lo corporifica adaptándolo a su tiempo y nos brinda las herramientas para entenderlo.
El ensayo Nuestra América contiene ideas que son medulares para la lucha que llevamos a cabo por la unidad latinoamericana, nos da pautas esenciales para un programa rector de la batalla política, ideológica y cultural de América Latina y el Caribe.
Un sistema opuesto a los intereses y hábitos de los opresores hacía falta en América; esta se iba salvando de todos sus peligros que a lo interno la hicieron errar; ciertamente el problema de la independencia no se hallaba en el cambio de forma; esta era clara (república versus colonia), sino en el cambio de espíritu. Seguía la colonia en el intríngulis de la república.
Nos enuncia Martí cuán necesaria era la asunción de una estrategia cultural de descolonización, que rompiera las ataduras dominadoras de antaño y oxigenara la nueva política. Había pues que contar, en los tiempos reales en que se vivía, con el hombre real que le nacía a la América.
Un mensaje directo a la juventud, al nuevo negro, indio o campesino: era imprescindible el pase generacional —con qué agudeza política describe el Maestro el cambio en nuestra América— y solo con la creación podía lograrse, había que crear, no quedaba otra alternativa si realmente queríamos salvar a la América. Retrato hermoso de los jóvenes en su más ferviente creación, en un profundo activismo que se traduce en el despertar de la vida, en la llegada de la cálida primavera luego del frío y gris invierno:
«Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!».
José Martí nos muestra, ahí está el programa de Nuestra América, las premisas o claves de esta batalla por la unidad y la necesaria integración: el valor de la historia, de nuestra historia de más de 200 años de lucha por la verdadera independencia; la defensa de la identidad nacional de nuestros pueblos, el respeto a la diversidad de las naciones latinoamericanas («unir para vencer» como presupuesto frente al «divide y vencerás»); la batalla de pensamiento para defender y preservar nuestra cultura, su salvación frente a los intentos cada vez más intencionados de apropiación por parte de quienes utilizan el frente cultural como medio de opresión y dominación; así como el carácter antimperialista de nuestra proyección latinoamericanista.
Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipadora que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que continúan atacando a las naciones de nuestra América; que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobreviven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia; que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia.
Es un reto, en aras de la anhelada segunda independencia, elaborar una estrategia, no solo económica y política, sino también cultural, que constituya por sí misma un reservorio de eticidad, de virtud y espiritualidad; inclusiva en todas sus formas, desprovista de discriminaciones y atentados a la dignidad plena del ser humano.
Recordemos que los que hacen política para el bien de todos deben, como premisa fundamental, conocer cómo hacer política. Y ello, sobre todo en este tiempo histórico, requiere de una cultura que sea capaz de ir a las esencias, de hurgar en los problemas reales de los grupos humanos a quienes irán dirigidas esas políticas, de ser portadores del conocimiento de los elementos naturales de las naciones… Requiere de una sensibilidad —esta eleva a su más alta expresión la cultura— que incluya rasgos esenciales como la radicalidad y la armonía; que rompa las ataduras impuestas por la llamada cultura occidental y vaya a la fuente de la cual emana toda la obra humana que nos ha antecedido.
A 169 años de su natalicio he ahí la vigencia martiana. Las luchas de hoy nos convidan a sostener con más fuerza las doctrinas del Maestro. Asirnos a él deviene motivación permanente y necesidad revolucionaria. Es Martí un revolucionario integral, un pensador cuya propuesta ética constituye referente en la lucha. Ascendamos a su altura, seamos martianos hoy y siempre, asumamos su elección: la estrella que ilumina y mata.
*Presidente del Movimiento Juvenil Martiano.