Llega ella toda oronda a unirse a quienes ya aguardábamos en nuestro parque de reuniones. Al grito casi a coro de ¡Gero, el nasobuco!, la mujer se retira corriendo, risueña, y al rato regresa con su todavía imprescindible cubreboca.
Prudencialmente distanciados, allí estamos, al filo de las siete en punto de la noche. Todos, o casi todos, los que debíamos estar, para el intercambio con Carlos Manuel, el joven delegado por la circunscripción 71, del consejo popular Caribe.
Mientras esperábamos la hora fijada, una vecina me convida a mirar a quien se emperifolló para la ocasión, con sus medallas de combatiente prendidas a la impecable guayabera blanca: «Mira al viejo Arsenio, libró de la covid… Sin embargo, a la muchacha del otro edificio, tan joven, la destrozó».
La bandera flota en lo alto mientras se entona el himno de la Patria: un toque de solemnidad previo al momento de diálogo popular que quizá ha sido, hasta ahora, el hecho más revelador de que en mi barrio ya se vive un poco más normal.
La pandemia nos dio esa tregua para juntarnos y hablar de lo que nos afecta a todos, para sugerir o demandar soluciones. Una oportunidad que nos fue negada por casi dos años… Pero allí estuvimos, de nuevo, insistiendo en problemas no resueltos o solucionados a medias: el derrame de agua en la cisterna; los sinsabores de esos edificios nuestros, flamantes por fuera, pero herederos de la chapucería que acompaña a la premura; gigantes de hormigón y coladeras puertas adentro.
Reclamamos por los «históricos» microvertederos, que en las esquinas son indeseables monumentos a la ineficiencia en la recogida de desechos sólidos; por el reguero de ramas que dejan los encargados de esas podas (más bien debieran llamarse chapeas) de los árboles que nos rodean; por la escasa iluminación de nuestra principalísima avenida 26 de Julio, tan hermosa, tan a la entrada misma de la urbe del Guaso…
Dialogamos sobre otras insatisfacciones acumuladas durante más de 24 meses de encierro: los teléfonos asignados que no se acaban de instalar; el garaje colectivo con el que sueñan tantos médicos y otros trabajadores de este barrio residencial, para dar seguridad a sus ciclos, motorinas y autos, ya que sobra espacio libre, y voluntad para construirlo si un día, al fin, Planificación Física lo autoriza…
Como seguramente ha sucedido en otras zonas (porque desde el 10 de noviembre comenzó en toda Cuba el proceso de rendición de cuenta del delegado del Poder Popular a sus electores), en la nuestra la gente revisó a fondo las cuentas del delegado, con el respeto que el muchacho se ha ganado y con la altura de quienes exigen y contribuyen con hechos a que cambie todo lo que debe ser cambiado.
Estuvimos esa noche quienes sobrevivimos a la pandemia o estuvieron a salvo del maldito virus, acompañados por el recuerdo triste de nuestros muertos.
Fue un momento para enaltecer a esos vecinos que veíamos salir cada mañana y regresar al anochecer, y quizá pensábamos que desoían la necesidad de estar en sus casas, pero, por el contrario, escuchaban perfectamente otro reclamo, el de arriesgarse cuando era necesario por sus vidas y las de muchos. También reconocimos lo bien que se organizó en el consejo popular la venta de alimentos en el momento más complejo y difícil de la COVID-19, algo de lo que no pueden vanagloriarse otras demarcaciones en la ciudad del Guaso.
Entonces no resultó extraño el reconocimiento a Enriquito, el doctor que dirige el policlínico de la comunidad; a Barbarita, la directora de una empresa a quien dieron la misión de supervisar el cumplimiento de los protocolos en nuestra área de Salud; a la maestra Rita María, que devino mensajera comunitaria, de esas que anduvieron calles y colas para acercarnos los mandados de la libreta…
Repaso necesario de las cuentas del delegado: con nasobuco aún, pero sin rendirnos, porque eso le estará negado siempre a quienes sentimos de corazón cuando en el barrio, nuestra patria chica, la insignia más hermosa ondea en lo más alto, y el canto redentor llama a seguir combatiendo por una Cuba mejor.