La variedad de mercados destinados a la venta de hasta lo inconcebible deviene norma inherente al propio desarrollo del comercio, acá en la Tierra y quizá hasta en el más allá. Es, ni más ni menos, una regla de oro de la comercialización, basada en la calidad y el confort del lugar donde se concretan.
Tampoco hay que poner el grito en el cielo por esa práctica, que en nuestra geografía está legislada, pero se incumple olímpicamente bajo el imperativo, al parecer, de la necesidad de abastecerse como sea, aunque este «como sea» implique un pago indebido para el consumidor que, sin otra alternativa, no tiene más remedio que tragar en seco y soltar los pesos.
El funcionamiento de esa regla de oro del comercio, como otras tantas cuestiones, se ha escabullido por dejadez administrativa y deviene freno natural para lograr una justa comercialización, en lugar de la tan despiadada que impera en la actualidad en algunos de esos lugares.
Si fuera solo por ese hecho sobran razones para hacerla infalible a rajatabla, pero también incentivaría eliminar el deterioro artificial de los productos por el tira-tira durante el trasiego.
¿Por qué? Se cae de la mata: a mayor atributo de lo recolectado, superior precio de compra para los cosechadores, pero si se está cumpliendo ese patrón, será solo entre las entidades, sin ningún reflejo que beneficie a los clientes.
En cualquier mostrador las ofertas de primera, segunda y tercera calidad resultan mezcladas a igual importe, trasgrediendo lo previsto. Así los vendedores ganan, mientras el batacazo va a parar al bolsillo del necesitado que, de cierta manera, costea la deficiencia, tanto de los productos como de los comercializadores.
A eso debemos sumar el aguijonazo de las continuas marañas en las ventas de comestibles agrícolas y los adulterados de la industria, unas de manera ingeniosa y otras chabacanas, que se les ¿esfuman? a los que cobran por controlar. ¡Qué raro!
Cierto. Tampoco es primera vez que desde estas páginas abordamos el tema, pero vuelvo a desempolvarlo por su persistencia y para ejemplificar, especialmente, que si esa legislación, destinada en primer lugar a proteger a las personas de menores ingresos, se hubiera hecho verdad verdadera, otro gallo cantaría ahora mismo en las tarimas. Así de lógico, así de sencillo.