Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Mayor y las preguntas nuestras

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Necesaria y leal. Dos adjetivos que, según he leído y he escuchado, se le adjudican a la película El Mayor, dirigida por Rigoberto López y recientemente presentada en La Habana en ocasión del Día de la Cultura Cubana. Coincido. Necesaria, porque cada pasaje de la historia —desde el más conocido hasta el casi olvidado— debe contarse de manera diáfana, emotiva, cercana, y siempre la historia nuestra puede motivar a que así sea. Leal, porque evidentemente el guion del mismo López y de Eugenio Hernández Espinosa abordó pasajes imprescindibles de nuestro pasado con respeto y transparencia.

La figura de Ignacio Agramonte y Loynaz, sus virtudes y defectos, su patriotismo inquebrantable y valentía fueron encarnados en un Daniel Romero que no defraudó cuando años antes fue José Martí en la gran pantalla, ni ahora, pues una vez más demostró ser un actor talentoso. Es uno de los aciertos del filme, porque desde él y su Amalia Simoni,
interpretada por la joven Claudia Tomás, se va tejiendo la historia de lucha de El Mayor.

Es la historia contada desde las emociones de una pareja —devenida matrimonio en la vida— que en plena juventud, como la que puede gozar quien lee estas líneas ahora, amó y fundó una familia, a la par que llevaba adelante sus ideales. Que jóvenes de hoy puedan ver la película y encontrarse con la historia —aunque la conozcan por libros—, desde esa perspectiva, resulta un valor agregado a la obra, que en estos momentos logra conectar el presente con la memoria histórica del país.

Loable sería que un profesor de Historia en su aula llevara el filme y propiciara el debate entre los alumnos, e incluso, pudiera departir con los actores. No porque el profesor no pueda impartir las clases «con su librito», sino porque inevitablemente las nuevas generaciones están muy ligadas al lenguaje audiovisual, y tildar de aburrida una asignatura tan bella ya no debe
permitirse más. Alternativas como estas pueden explorarse, y sin dudas el resultado será satisfactorio.

Podrían conocer de contradicciones, de traiciones, de valentías, de fidelidades, de amor, de desafíos… De todo lo que la historia atesora más allá de los resúmenes de un libro de texto. Y si se logra ese diálogo con quienes desde la actuación debieron interpretar todo ello, investigación mediante, entonces se pueden generar muchas inquietudes y motivaciones para posteriores estudios.

El Mayor, y no solo por esa riqueza educativa, es también una obra con muchos logros desde el punto de vista artístico, cinematográfico. Como otras veces he aclarado, no soy especialista en la materia y de los errores que la película pueda tener prefiero que hablen quienes poseen todos los elementos y argumentos para hacerlo.

Sin embargo, sí valoro los paisajes camagüeyanos, ampliamente explotados, como real escenario de todo lo que se cuenta, donde se realizaron las cargas al machete, posiblemente muy duras de filmar y creíbles en el resultado final. Valoro además la atmósfera lograda desde la escenografía, el vestuario, el maquillaje y la misma fotografía.

Supongo que anécdotas ligadas al rodaje puedan existir miles, desde las más risibles hasta las más terribles, pero sin dudas el proyecto de mayor presupuesto del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos en los últimos 30 años —según expresara Rolando Rodríguez, primer asistente de dirección de la obra durante su estreno en Camagüey el año pasado— no pasa inadvertido por la gran pantalla.

Pronto se extenderá su proyección en las diferentes salas de cine del país y me gustaría que todos los que la disfruten sientan «removida» su calma de espectador. Hacerse preguntas a uno mismo es parte del andar hacia adelante. Este largometraje puede provocarlo. Permítanlo.

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