Armar ese rompecabezas de las ventas minoristas con una demanda que desborda la existencia hasta del pirulí, requiere de un finísimo tino para evitar caer en bandazos que desprenden un sabor a trampa mediante una rústica manipulación.
Aterrizo. Aquella venta convoyada —¡solavaya!— que tantísimo tiempo llevó tirarla para la cuneta, mutó ahora bajo el nombre de combo, término que sugiere musicalidad, pero se deslinda del otro con el fin de intentar espantar los agrios recuerdos.
El origen de este tipo de venta deviene, al parecer, remiendo de las llamadas «completas» en los restaurantes, aunque con la abismal diferencia de que el consumidor podía optar por esa oferta o pedir a la carta. No hay de por medio una cañona.
Por favor, no ataje a destiempo, amigo comerciante… Verdad que resulta difícil complacer las expectativas de cada cual, pero hay prácticas que ni atrás ni adelante encajan, aun bajo la presión de la escasez.
Se puede argumentar que se reimplantó para agilizar con la venta envasada en jabas y reducir el tiempo del cliente frente al mostrador, atender a una mayor cantidad de estos y hacerlo de una manera hasta más higiénica.
Hasta ahí, bárbaro. Ahora: es imposible obviar sus grietas y discrepar, en primerísimo lugar, con el hecho de establecer la cantidad de lo que se deba comprar. ¿Quién refrendó ese derecho de planificar el dinero de los demás? Por supuesto que nadie… Y he presenciado a personas desechar un combo tras sentenciar: «Me hace falta solo aquel producto y no cuento con el dinero para la completa». ¡No todos bailan la danza de los millones, ni somos revendedores que sí pagan lo que sea!
¿Por qué no preparar las ventas de pan, queso, masa de pizza y cuanto producto sea posible en jabas con distintas cantidades y a diferentes precios? El mercado aquí, y hasta en las mismísimas quimbambas, se caracteriza por esa regla.
¿Por qué ofertar mediante el combo, como ocurría en los convoyados, determinado producto de alta demanda con aquellos de muy poca? Claro, adivino la jugarreta de utilizar el más apetecido como gancho para ir al seguro en la venta y salir del otro estancado.
Un solo ejemplo basta para retratar esa práctica extendida a precios de ampanga, como el marabú: un pomo de cinco litros de agua, cinco libras de queso y una botella de ron Decano cuestan poco más de 400 pesos en la Marquesina de Santa Clara. Paga o recoge y vete con tu música a otra parte.
Estamos ante la reaparición de un sistema de venta que desde antaño ocasionó en la tribuna de la calle disgusto y desavenencia. No digo más.
O sí: les recuerdo que rectificar es de sabios.