Tomo prestado para abrir estas líneas la escueta interrogación que le escuché a un tertuliano: «¿Cómo hubieran salido en otros países de esta pandemia acosados por tantos obstáculos impuestos desde afuera?».
Los interlocutores callaron unos instantes antes de que uno de ellos respondiera con un seco: «Está bien, pero no vengas a justificarlo todo; tampoco estamos para alabanzas».
«¡Alabanzas! con todo lo que se ha hecho», replicó el primero.
Ambos criterios reflejan esa verdad objetiva de que lo realizado tampoco ha sido perfecto, por patinazos en su aplicación reconocidos desde arriba y hasta abajo, y en ese «está bien» va implícito el reconocimiento a los aciertos que resultan mayoritarios.
Los sencillos razonamientos sobre lo hecho, a pesar de ese mayor obstáculo impuesto por el bloqueo yanqui, más el otro por la COVID-19, si les aplicamos a fondo el bisturí revelan un kilométrico accionar que, de un modo u otro, involucró al país entero.
Lo novedoso, si cabe, fue que para enfrentar la difícil situación funcionó, quizá más expedito que nunca, la descentralización, más allá de las directivas nacionales de estricto acatamiento, que a veces se transgreden o malinterpretan, aunque casi siempre les sueltan a tiempo a los ¿despistados? el campanazo rectificador.
Los Gobiernos provinciales y hasta municipales ejercieron sus prerrogativas legislativas para revertir la tremenda situación, ajustados a la particularidad de cada territorio.
Esa toma de decisiones abarcó un amplio abanico destinado a enfrentar la pandemia y garantizar en la mayor medida posible los servicios y producciones fundamentales para la sostenibilidad de la sociedad.
Consecuentemente se puso a prueba la capacidad organizativa, de control y de dirección de los Gobiernos y sus instituciones para armar un plan, cuyo escollo principal estaba en la escasez de recursos, por las razones superconocidas.
De ahí que las medidas aplicadas en una provincia u otra, hasta con similares situaciones pandémicas, no resultaron exactamente iguales en lo que respecta, por ejemplo, al funcionamiento del transporte público, las cuarentenas, los horarios de prestación de servicios, la limitación del movimiento de un lugar a otro y en la distribución de las mercancías, que en distintos lugares se hizo sobre la base de una cuota extra por núcleo familiar.
En cuanto a la economía, el acelerador se apretó a fondo para tratar de sostener, a pesar de la falta de insumos, la producción de alimentos con diversas tácticas y estrategias, incluido el incentivo de pago a los productores.
De hecho (¿estaremos de acuerdo?) la agricultura no colapsó, pero aún está por llegar (¡hasta cuándo!) esa añeja aspiración de ver parir la tierra con abundancia.
Cada cual posee su valoración, y la respeto, sobre este tiempo terrible de pandemia. Pero aferrarse a ver solo sombras y obviar esa claridad que las ha ido despejando, equivale a pactar con el diablo.