Lo hemos vivido: en el enfrentamiento a la COVID-19, cuando la cosa se ha puesto fea, como si fuera incontrolable la propagación del virus en medio de un panorama epidemiológico contagiado de problemas que rompen todo protocolo, se adoptan medidas que nos hacen creer que es posible cambiarle el rostro grotesco a una realidad que hoy, al menos en la ciudad de Guantánamo, es un poco más tranquilizadora.
Que algunas decisiones generaron insatisfacciones, es cierto, pero como tantas otras lo que llama a la reflexión es el carácter prohibitivo de las decisiones. Y ese es el punto: prohibir puede ser más fácil que regular, pero genera insatisfacciones, muchas otras irregularidades y hasta violaciones.
Es el caso de la determinación de suspender drásticamente durante meses en esta ciudad, la sexta más poblada de Cuba, la transportación urbana, incluida la que cubren con tremenda demanda motos, coches y bicitaxis particulares, con los precios menos elevados del sector privado, además.
Se esfumaron las rutas de guaguas del entorno urbano, pero no desapareció la necesidad de la población de moverse de un lugar a otro, y tampoco la de los transportistas privados de ganarse la vida. Entonces reinan en el ambiente urbano la especulación, el abuso y las infracciones, a costa de la necesidad de quien no puede, no tiene cómo, garantizar sin salir de sus casas, la satisfacción de necesidades básicas; de los que no se acogen al 60 por ciento del salario o no tiene condiciones para el trabajo a distancia, una modalidad que se abre con fuerza en estos tiempos de pandemia.
También la gente necesita en algún momento trasladarse a un hospital (los dos están ubicados en los extremos de la ciudad); y no hay que desoír los perniciosos comentarios sobre ciertos autos estatales que no paran de dar rueda… ni tampoco dan un aventón.
Con todas esas necesidades a flor de sociedad, tiene lugar la transportación furtiva de medios privados a precios insostenibles para el más común de los cubanos. De diez pesos la carrera en un bicitaxi, por ejemplo, ese costo se ha elevado a 50 y hasta cien pesos, porque «se la están jugando», dicen ellos, con una multa de hasta 5 000 pesos, o con el decomiso del equipo. Y los autos privados haciendo zafra, aun cuando en este caso se adoptó la medida regulatoria y poco razonable de que circularan solo en días alternos.
Otra medida que habría que repensar para reducir la movilidad excesiva de las personas y otras condiciones que propician la propagación del virus, es la reducción drástica de horarios en centros de servicios y venta de la ciudad, porque genera, además de más colas y aglomeraciones, más salidas a la calle.
Si necesitas ir al banco a retirar dinero para alguna compra, por ejemplo, la congestión que a diario tienen esos establecimientos (cuyo horario comienza a las nueve de la mañana y expira al mediodía) haría imposible cualquier otra gestión ese día.
Ya se avizora la próxima reapertura de las guaguas y otras flexibilizaciones… pero ¡ojo!: la COVID-19 puede volver a poner la cosa fea, y de ser el caso, esas rutas de prohibiciones y reajustes excesivos tal vez confirmen aquello de que a veces los remedios pueden ser peores que la enfermedad.