En la Cuba de hoy convivimos con un (súper) mercado on line subterráneo, frecuentado, escurridizo, intermitente, muy surtido, anónimo, veleidoso, utilitario, confuso y vaya usted a saber cuántos «atributos» más, al que la población conoce con el criollísimo nombre de Revolico. En su feudo uno puede encontrar lo que busque o necesite. Poco importa si pertenece a los reinos vegetal, animal o mineral.
¿Un juego de comedor de cedro y seis sillas? En Revolico los ofertan de varios modelos. ¿Teléfonos móviles nuevos, con sus accesorios? En Revolico los proponen de diversas marcas. ¿Zapatos de salir de piel que no se despeguen? En Revolico los hay de distintos colores y números. ¿Gafas? ¿Alimentos? ¿Relojes? ¿Piezas? ¿Motorinas? ¿Ropa? ¿Electrodomésticos?... ¡De todo hay en ese gran bazar!
A los cardiópatas no se les recomienda mirar demasiado los precios. ¡Son de infarto! Los «revoliqueros» no se sonrojan cuando los fijan. Uno de ellos puso en venta una máquina de afeitar de cuchillas intercambiables. ¡Toda una tentación! Máxime en estos tiempos en que una desechable —de las que se tiran a las tres rasuradas— se llega a cotizar hasta en 40 CUP. Pero —¡ay!—, el importe que le impuso su dueño bloqueó de golpe el entusiasmo por adquirirla: ¡60 MLC!
Las burlas no se hicieron esperar. «Compadre —le escribió un guasón—, ¿por casualidad tus maquinitas traen integrada la crema?». Y otro: «Seguro dan masajes y aplican loción». Y un tercero: «No dudo que estén programadas para despedir al cliente con un “hasta luego” digital». Al vendedor no le hicieron gracia las bromas, y rasgueó, agresivo y con mayúsculas. «¡NO JODAN, ESTO ES OFERTA Y DEMANDA!».
Abrumados —¡no avergonzados!— por estas ironías disfrazadas de jaranas (y también viceversa), los astutos mercaderes de Revolico se abstienen ahora de hacer públicas sus cotizaciones. Cuando alguien se interesa por un artículo y pregunta, candoroso: «¿Precio?», le responden, lacónicos: «Por privado». Y entonces hay que recurrir a un número de celular o a Messenger para negociar la transacción.
Confieso que en más de una ocasión he comprado en Revolico, y lo más seguro es que vuelva. Hace un tiempo adquirí un pantalón, de un lote traído de Rusia. Y suelo «visitarlo» con la esperanza de encontrar en venta un monitor para mi computadora. Si me lo topo y mi bolsillo me lo permite, lo compro. También encargo pizzas y dulces a domicilio. No aprecio en eso nada censurable. Se debería implementar un mecanismo que le otorgue a la práctica carácter legal.
Me parece legítimo que un carpintero disponga de un espacio en la red para promocionar sus muebles. Y que una repostera oferte allí sus merengues y panetelas. Y que un plomero, una costurera, un mecánico, una manicuri, un electricista, una peluquera, un joyero… publiciten sus oficios en busca de clientes, siempre que la procedencia de lo empleado no sea turbia y no tenga nexos con el delito. Incluso, comprar ciertos productos en el exterior y revenderlos aquí podría permitirse. Las urgencias del contexto lo justifican.
Desde luego, no todo en Revolico es rescatable. ¿Dónde obtienen los productos de aseo quienes los revenden allí a precios galácticos? ¿Dónde consiguen el aceite, los condimentos y las conservas? En las tiendas en MLC, a las que no todo el mundo accede. ¿Y dónde los medicamentos que tanto escasean? En las unidades de Salud. Solo un huérfano de sensibilidad podría sacar provecho de la desesperación de una persona que busca un antibiótico para un familiar enfermo y ofrecérselo a precio de oro. O para vender una silla de ruedas.
Las tribulaciones que padecemos los cubanos tienen causas diversas. La primera: el bloqueo del Gobierno de Estados Unidos, que intenta asfixiarnos. Aun así, nos las arreglamos para respirar. También: la ineficiencia, el paternalismo y la burocracia que nos lastran el avance, y que no sacudimos y rectificamos. No obstante, no se debe permitir que unos pocos se aprovechen de las circunstancias y esquilmen a muchos. Dejarlos actuar impunemente desmoraliza. Y eso sí sería un revolico.