Volví del Escambray incitado por evocaciones de lo que allá viví en la adolescencia, aunque solo me adentré en su espesura muchos años después, a cazar la noticia o, más exactamente, a contarla con la dicha del debutante afortunado.
El imperativo de volver a la página antigua, en realidad tampoco demasiado, sobrevino en Jibacoa, apretujada por elevaciones de diversos niveles en el mismísimo corazón de la montaña, en el instante en que resplandecían, ante ojos numerosos, obras recuperadas para beneficio social.
Esa comunidad de Manicaragua transmite tranquilidad mientras uno se refresca en la contemplación de esa amalgama natural que atrapa y deleita, y hasta sorprende al forastero, a diferencia de lo que muchos piensan, la numerosísima cantidad de gente joven en esa serranía de cerca de 2 000 habitantes.
En sus estribaciones se cosecha un café de fama internacional, destinado a la exportación y también al consumo nacional, además de viandas y proteínas destinadas al consumo local.
Sé que el pedazo villaclareño de esa geografía se llama exactamente Guamuhaya, pero prefiero su nombre genérico, viril y sonoro de Escambray, que se convirtió en símbolo de la victoria contra el bandidismo.
Ese Escambray de Fidel, en el que él desanduvo caminos y veredas a la hora de los mameyes en la lucha contra bandidos, y donde después se convirtió en principal promotor de su transformación política, económica y social.
La imagen antigua de aquel Escambray sin atención médica, sin caminos, sin luz eléctrica, prácticamente sin nada, solo estará disponible en fotos de épocas pasadas y en la memoria de determinados longevos que viven en el lomerío.
Ahora, siguiendo las enseñanzas de Fidel, que solía volver acá cada vez que el área era azotada por un fenómeno natural, la atención a las comunidades intrincadas aflora entre múltiples acciones, en la sencilla pero confortable farmacia, el mercado industrial y un restaurante que se acaban de reabrir a pesar de los pesares.
En aquel instante grato que agradecieron los montañeses no podía faltar el recuerdo del Comandante en Jefe, y más todavía, si cabe, durante el Congreso del Partido Comunista, el Partido de la Revolución que él engrandeció.
Entonces, cuando se pasó un breve recuento de su marcha proverbial por esta zona, y Yudí Rodríguez Hernández, máxima autoridad partidista de Villa Clara, recordó que estas montañas han sido fieles a la obra revolucionaria, el sentimiento de gratitud llegó en una ovación rotunda.
Fidel estaba en el pensamiento de los serranos agradecidos, pero también en ese paisaje de carreteras, escuelas, pueblos y planes agropecuarios que bajo su pupila transformaron al Escambray, y donde el imperialismo quiso en vano levantar una trinchera, la Revolución erigió un baluarte invencible.