Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las cuentas de «Oportudorado»

Autor:

Nelson García Santos

Sostuve un contrapunteo con uno de los acogidos, saltan hasta debajo de las piedras, al negocio más rentable que hemos visto y padecemos sin que la sangre llegara al río.

Conocer su nombre tampoco resulta vital, porque en esos trajines andan muchísimos y la averiguación podía hacerlo desconfiar. O en definitiva decirme el que se le ocurriera, menos su compuesto y sonoro nombre verdadero de «Oportudorado» abundante como el mismísimo marabú.

En el contrapunteo, eso sí, afloró diáfana la filosofía que profesa basada en un descomunal oportunismo y su socarrón alarde de que la única regla matemática que domina y le basta es la multiplicación por los pocos pesos que suelta y los muchos que gana de un tirón.

Al principio le entré suave a «Oportudorado» para embullarlo a soltar la lengua sobre sus conocimientos económicos, y evitar escuchar esa frase que siempre tiene a mano por el menor cuestionamiento de «Si no te cuadra, vete echando».

Le elogié tener a la vista en la sala de su casa un variado abastecimiento, pero me clavó un vistazo de espanto antes de ripostarme que cuál era mi preocupación, pues tenía que luchar mucho para conseguir sus mercancías, y cerró sus palabras preguntando que si iba a comprar algo o no.

Intuí que le molestó la referencia a que ofrecía buena cantidad de mercancías, y rápidamente le solté: «Treinta pesos vale esa caja de H. Upmann; el pomo plástico de ron, 120; la máquina de afeitar, 35; el tubo de pasta, 80 y…».

Interrumpió bruscamente, pero lo atajé rápido con el vocablo que más le agrada escuchar: «Dame la cajetilla». Sonrió.

Entonces, al verlo más apaciguado, le subí la parada. Ahora le ganas casi seis pesos, antes cerca de tres pesos, y a la máquina de afeitar mucho más, igual que a todo lo que vendes, digo, revendes.

Se explotó atronadoramente esgrimiendo un «Mira, compadre, no voy a seguir perdiendo el tiempo; despierta porque parece que estás soñando: subieron los salarios y también todos los precios. ¿Cuál es tu invento?».

«Disculpe —le contesté; pues tampoco quise molestarlo— estoy claro de que muchos quieren buscarse un extra, pero tampoco subieron el salario para que lo guardemos en el banco. Verdad que se fue la mano en algunos precios, pero los están rectificando».

«Oportudorado» escuchó tranquilo para ir a la carga con el dardo que para él era matador: «Imagínate, si ellos suben y suben, nosotros también tenemos derecho a hacerlo. ¿No cree?».

En realidad —repliqué— el incremento de los precios en el sector estatal resulta imprescindible, porque las mercancías tienen que aportar un margen de ganancia, si no viene la quiebra. Incluso cuando el costo puede resultar demasiado alto para el consumidor, el Estado autoriza un precio menor y enfrentar la pérdida con su presupuesto. «Mira —dijo muy molesto; acababa de perder los estribos— deja esa muela, pon los pies en la tierra y tumba. Aquí mi negocio resulta comprar y vender para ganar, ganar y ganar lo más que pueda».

Pero con precios abusivos —le aclaré—. Tampoco te preocupa la ilegalidad que cometes. No cuentas con patente y lo haces a la vista pública sin el menor recato.

«¿Ilegal? ¿Quién lo dijo?, porque a mí y a otros muchos jamás nos han molestado. ¿Cómo te cae? ¡Estás achicharrado! Por favor, ¡Martica doradaaaaaa!, ven acá, ayúdame a salir de este loco. Lo voy agarrar por el cuello», dijo. Y ya todo estaba dicho.

 

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