Hasta un supermercado en Miami llegaron miles de cubanoamericanos y estadounidenses para exigir el cese del bloqueo, mientras cantaban nuestro Himno Nacional y bailaban al ritmo de sonoridades autóctonas, acompañados de montones de banderas de la estrella solitaria. La acción, coordinada por el proyecto Puentes de Amor, estremeció el pasado fin de semana a ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Seattle. En las inmensas filas de autos se podía ver un mensaje repetido: No más bloqueo.
Y es que tal y como escribiera el Presidente Miguel Díaz-Canel en su cuenta de la red social Twitter: «Los patriotas cubanos, vivan donde vivan, entienden que el bloqueo es un crimen contra su pueblo». Pero mientras nuestros emigrados en buena parte del país norteño se planta para exigir el derrocamiento de este muro anquilosado y verdugo, aquí hay quienes se cobijan como artistas y desconocen o callan ante la existencia y el impacto de una práctica coercitiva que tiene casi la misma edad de la Revolución, pero no ha podido con ella.
Pedir que se levante esta aberración perniciosa debe ser, en principio, una idea compartida por todo aquel que quiera aspirar a que su nación sea mejor. A nadie se le ocurriría pensar que con semejante pedrusco en nuestro zapato podríamos andar con holgura, construir el país que queremos sin trabas internas, pero también sin una ley extraterritorial que lo desangre.
Hacerle frente a este mecanismo injurioso de un vecino que nos busca tanto las cosquillas como nuestro talón débil, es reconocer que aquí queremos respirar bajo un cielo soberano, y que la autodeterminación y la independencia no son fichas para barajar en ningún tablero de negociación.
Los tentáculos del bloqueo también se ciernen sobre el arte y la literatura, asfixiando los intercambios culturales y dando lugar a intolerancias y linchamientos mediáticos hacia nuestros artistas. Y ni aun así se menciona ni se condena por quienes llegan hasta las instituciones gubernamentales para exigir libertades en abstracto, sin sumar al talonario de demandas el análisis de una que es crucial: ¿qué podemos hacer para vivir en un país sin bloqueos de terceros?
Vuelvo a los caravanistas que buscan puentes más sólidos, porque en tanto ellos hacen mucho —de lo que pueden— para que haya un entendimiento mutuo sin injerencias, del lado de acá algunos con puestas en escena para los Yellow Kid del Caribe buscan ponerle el «picado malo» a un escenario probable de relaciones cordiales entre Washington y La Habana. Aunque ello en nada cambie nuestra brújula.
No es casual que los nuevos sucesos en las afueras del Ministerio de Cultura estuviesen apuntalados, una vez más, por tuits ponzoñosos y mezquinos del Buró de Democracia, Trabajo y Derechos Humanos de EE.UU. y la Embajada de este país en Cuba, los que en sus mensajes nos instaban cínicamente a dialogar y a escuchar al pueblo.
El canal de intercambio que las instituciones propugnaron desde la misma noche del 27 de noviembre, cuando un grupo verdaderamente heterogéneo de jóvenes artistas conversó durante horas con representantes de los organismos nacionales de la cultura, se ha visto amenazado por el ruido histérico y el coro desenfrenado de quienes no le pueden sacar partido a un ciclo de diálogo entre los artistas y sus organizaciones.
Más de una vez, la petulancia, los protagonismos y la incesante postura discursiva de dividir y de refundar disputas ha sido detonante para quebrar un diálogo necesario; que de realizarse sin imposiciones y con voluntad, sería imprescindible para el abordaje de temas que atañen al desarrollo cultural de nuestra nación.
La frustración del diálogo solo conviene a los que ansían erigirse en megáfonos de los agotamientos y disensos de un sector joven del arte cubano, quienes buscan construirse como líderes de opinión en el fuego cruzado de las plataformas digitales.
Corresponde a las instituciones, como ha reiterado el Presidente cubano, mantenerse abiertas a cualquier razonamiento, sobre todo si es colectivo, y en aras de crear un consenso real y transformador sobre cuestiones urgentes para el país. Pero no será a base de desorden, campañas y provocaciones.
En Cuba están creadas —y deben seguirse fomentando— las condiciones para llevar a cabo un diálogo desde el civismo y el respeto al ordenamiento jurídico y a las diferencias, aunque algunos insistan y actúen para esgrimir argumentos contrarios. Ojalá el diálogo no se enfríe, se pongan sobre la mesa inquietudes personales o gremiales, y a la par no se abandonen dos imperativos que cada cubano debe sentir como suyos: seguir la articulación para desde la cultura defender nuestra soberanía y exigir el cese del bloqueo por el bien de la Patria.