Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mis calles, mi identidad

Autor:

Yahily Hernández Porto

Muchas calles y hasta callejones de mi querida ciudad de Camagüey, fundada el 2 de febrero de 1514, poseen, entre sus encantos, la gracia particular con que han sido nombrados esos espacios públicos, algunos con un gran arraigo entre los habitantes de la villa principeña.

Quizá al igual que ocurre —creo yo— en todos los pueblos a lo largo y ancho del Archipiélago, en esta comarca de pastores y sombreros, como definiera el Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén, a su Camagüey natal, la tradición oral ha resguardado del olvido las fabulaciones populares tejidas en torno a las denominaciones de algunas arterias de la urbe.

 Y es que cuando una revisita algunas de las narraciones con espíritu mítico que hay detrás de ciertas vías, asfaltadas unas, polvorientas otras, por las que transitamos a diario sin preguntarnos en la mayoría de las ocasiones por qué se llaman del modo en que se nombran, una acaba ensalzando ese orgullo propio por el pedacito de tierra al que pertenecemos, y nos damos cuenta de que lo que somos resulta la mezcla de muchos poquitos.  

El estudioso cubano Marcos Antonio Tamames, en su investigación Calles y callejones de Camagüey. Entre la leyenda y la historia, señaló que para entender los cambios de nombre de algunas vías de la ciudad camagüeyana hay que comprender que estos han estado vinculados a procesos culturales inherentes a la conformación y enriquecimiento de la identidad local y regional.

Inspirada entonces por un natural acento chovinista, que no busca más que conectar con mi pasado para devolver en el presente secuencias que nos permitan explicar algunos porqués de naturaleza identitaria, siempre disfruto recorrer la evolución de los nombres de ciertas calles de mi villa agramontina.

Por ejemplo, el Callejón de los Ángeles debe su denominación, según cuenta la leyenda y algo más, a que en él vivían muchachas cuya hermosura era comparada con la de seres alados. Por su parte, el nombre del Callejón del Cañón obedece al hecho de que allí había una de esas grandes piezas artilleras, que llegó a convertirse en referente para todos los pobladores de la urbe. Y la calle Finlay, no menos importante en la ciudad, comos muchos pudieran intuir, lleva ese apellido para perpetuar la memoria del gran médico cubano descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.

 Vale andar por la ruta de casos curiosos como el del Callejón del Astillero, actual calle Aurelia Castillo, y la calle Damas. En el caso del primero no existe documento que refrende el nombre de Astillero. Sobre este parecer el estudioso Juan Torres Lasqueti, en su Colección de datos históricos, geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción, de 1888, sugiere que en ese sitio debió existir un establecimiento en el que se trabajara la madera o se cortara leña, o viviese allí algún vecino oriundo de El Astillero, localidad de Cantabria. No fue hasta agosto de 1920 cuando se decidió ponerle el nombre de la excelsa escritora cubana Aurelia Castillo de González.

La designación de la calle Damas, por su parte, está relacionada a que en esta vía vivían señoras y señoritas de muy buenos modales y de belleza exuberante que eran mayoría entre los vecinos.

¡Qué bien nos puede hacer entonces esta suerte de paseo por los senderos nuestros de cada día, que es como surcar la identidad y ensanchar el sentido de pertenencia!

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