Son tiempos difíciles, en los que el mundo todo enfrenta el mayor combate sanitario de la era moderna: la batalla contra el potente nuevo coronavirus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad conocida como COVID-19.
Pocos vaticinaron en diciembre pasado, cuando comenzaron a diagnosticarse los primeros casos en la región china de Wuhan, lo que podía presentarse luego para todo el planeta. Lo cierto es que en solo tres meses el vertiginoso avance del virus ha puesto a la humanidad en vela y en un riesgoso escenario, donde nadie, sin excepción de clases sociales, respira un aire más puro.
Y es que, si algo ha demostrado esta dura etapa es que el dinero poco importa o resuelve cuando se intenta salir de situaciones complejas como las que vivimos. Los sistemas políticos que tributan a un modo de producción capitalista demuestran en estos días su débil capacidad de respuesta ante estos escenarios.
Son tiempos en que algunos políticos se preocupan por las pérdidas monetarias y no por los decesos humanos. Cuando los grandes empresarios, que ya no saben en qué gastar sus millones, ignoran los riesgos para los ancianos y los tildan de «innecesarios en nuestras sociedades», es que nos damos cuenta de la manipulación y el verdadero interés de un sistema político decadente e inerte como el capitalismo.
Una pregunta surge entonces en este contexto: ¿para qué sirve el dinero en los países «superpotencias» que pregonan a los cuatro vientos su poderío mundial? Sencillamente para nada, solo para acaudalar a las élites poniendo en juego la vida de los más humildes. Ese es el mundo dispar donde vivimos, en el cual algunos combaten una pandemia como el coronavirus, mientras otros buscan de entre la ignominia cómo saciar la sed financiera que va dejando la COVID-19.
Por suerte nuestro país está en ese selecto grupo de países que enfrentan con honor la nueva enfermedad. Otra vez la pequeña Isla del Caribe es un referente que irradia solidaridad y amor en momentos oscuros para la humanidad. Por eso, cuando nuevas brigadas médicas enfrentan la pandemia en regiones como Lombardía, Italia, y en América Latina y el Caribe, vuelve a crecer la política de odio hacia Cuba por parte del vecino norteño.
Y es que Estados Unidos, la mayor potencia económica del mundo, se enfrasca en desacreditar la bondad del personal médico y del sistema de Salud cubano. Ellos actúan en consecuencia con sus pensamientos egoístas y no toleran que una nación, bloqueada desde hace 60 años, tenga la suficiente fortaleza para solucionar sus problemas y llevar además un poco de esperanza a los pueblos que sufren los mayores efectos del coronavirus.
No entienden esos políticos mezquinos del Norte que la Mayor de las Antillas no actúa por interés financiero ni por favorecer a las minorías, y mucho menos para ser reconocida públicamente. Lo hace por un ineludible motivo: porque el hombre sufre y el dinero hoy, por más que parezca el dueño del mundo, no salva.
Cuba se acoge a los más altos principios de solidaridad que caracterizan a la nación. El acto humano con los tripulantes del crucero británico Ms Breamar para que desembarcaran y retornaran a salvo a sus países fue una de las expresiones desinteresadas que recordaremos de esta etapa, aunque algunos medios y gobiernos se enfrascaran en demeritarla.
En situaciones como estas se debiera dejar a un lado las diferencias políticas, las mentiras manipuladoras y pudiera pensarse más en cómo solucionar desde la unidad los pesares del mundo. El nuevo coronavirus llegó hace más de tres meses para alertarnos que no todo se arregla con el dinero y para decirnos que el único poder que salva al hombre en este escenario es el de la solidaridad más sincera, esa que predica nuestro país.