Tras el espectáculo del mandatario Donald Trump en su discurso ante el Congreso sobre el Estado de la Unión, de hace pocas semanas, recordé aquel filme de 1940 dirigido y actuado por Charles Chaplin, titulado El gran dictador, una condena y sátira al fascismo y al nazismo hitleriano.
Una parte de su auditorio, por supuesto Republicano, se paraba a aplaudir a la señal del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, luego de una y otra mentira o amenazas pronunciadas por el inquilino de la Casa Blanca.
Lo único que faltó a lo más parecido a los actos de la entonces Alemania de Adolf Hitler fue que los partidarios del gobernante de Washington alzaran la mano derecha en señal de aprobación de las sandeces expresadas por el «orador», mientras sus adversarios demócratas enrojecían sus rostros o se burlaban en su propia cara.
Fue todo un espectáculo mediático montado al estilo del frustrado actor que es Trump, y de quien probablemente Chaplin haría un buen filme.
Claro, tendría otro título, que podría ser El gran depredador del mundo, lo que realmente es el Presidente de Estados Unidos, a juzgar por su conducta agresiva hacia sus conciudadanos, contra la inmensa mayoría de la comunidad internacional y el planeta Tierra.
Trump es el Hitler del siglo XXI, guerrerista y racista, igual al germano, injerencista, intervencionista, violador de los derechos humanos, destructor del medio ambiente y de la naturaleza, y el clásico farsante que se cree dueño hasta del universo.
Pero sus alucinaciones, patognomónicas de un enfermo mental, lo hacen olvidar que el hitlerismo, e imperios como el romano, fueron al final derrotados, algo que muchos vaticinan ocurrirá con el de Washington, más temprano que tarde.
Su afán protagónico, propio también de su demencia, le impide ver que este siglo XXI es otro, con naciones muy potentes que no le permitirán a Estados Unidos dominar el mundo, lo que ha venido haciendo en la historia más reciente.
Podrá emplear todas las estrategias y artimañas posibles, guerras, incluidas las bacteriológicas (como la que se sospecha que le ha hecho a China con el coronavirus), bloqueos y sanciones para intentar mantener su hegemonismo, pero le será imposible lograr su objetivo.
Ya hay expertos que se atreven a pronosticar la relección de Trump en los comicios de este año, lo cual es prematuro augurar ahora, aunque todo pueda suceder; mientras otros analistas consideran que Estados Unidos necesita con urgencia decorar nuevamente su actual pésima imagen internacional, similar a lo ocurrido al final de la era del igualmente sicópata George W. Bush.
Otro mandato de Trump podría apresurar el fin del imperio de Washington, y en el peor de los casos el holocausto de una eventual conflagración mundial que, de desatarse, como bien predijo el presidente ruso, Vladimir Putin, no habría vencedor alguno.
Los poderes fácticos, dígase las grandes transnacionales y los tanques pensantes, que en realidad son los que gobiernan en Estados Unidos, tendrán que sacar bien sus cuentas de si es conveniente o no que «el gran depredador» permanezca en la Casa Blanca. Esperar para ver.