Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Todos contra el desaliño

Autor:

Alina Perera Robbio

Pudiera encontrarse esta cronista en un error de percepción, pero de un tiempo a estas horas se me ha hecho notable cierto desaliño en no pocos coterráneos.

El fenómeno va más allá de lo aparencial —de la ausencia de elegancia en el vestir, de la no prestancia, esa que busco en muchas esquinas y no encuentro—, para manifestarse en las conductas, en expresiones que van desde el modo desdeñoso de mirar (o de simplemente no mirar), pasando por las posiciones más ríspidas y poco edificantes (que yo me figuro como un cartel lumínico que grita «no me da la gana…», o «no me importa», o «no me duele»), hasta un lenguaje salpicado por la agresividad y por mensajes procaces y vacíos de contenido.

¿Qué estará sucediendo? No dejo de preguntarme, y de inquirir con mis amigos al tiempo que busco —cuando salgo calle arriba o calle abajo— remansos de cortesía y de sabiduría, de buenos modales.

Hace poco escuché decir a un eminente estudioso de nuestra historia —a propósito de incidentes muy negativos que habían estremecido la sociedad—, que debemos prestar atención a los peligros que entraña la ignorancia. Él reparaba incluso en un universo de cubanos que podrían haber alcanzado entre sexto y octavo grados de escolaridad, pero que un mal día dejaron de estudiar y hoy ya no recuerdan nada.

En su modo de ver, ese grupo obliga a pensar sobre la necesidad de un trabajo infatigable y sistemático, que «realfabetice» si es necesario, y que ponga luces allí donde el desconocimiento ha sido terreno propicio para justificar, desde los perpetradores, todo tipo de desmanes y maltratos.

Si la cultura es liberadora y es el antídoto posible contra cualquier acto bárbaro, no es esa una batalla que podamos subestimar. Mientras el país lucha por sacar su economía adelante, proponernos rearmar lo subjetivo no es un asunto de segundo orden. Porque como profundamente creo, mañana podremos tener más o menos mercancías en los anaqueles —¿quién no sueña con más?—, pero lo que a la larga define qué tipo de sociedad somos es el comportamiento de quienes la hacen.

Pudiéramos decir que múltiples premisas atentan contra el tipo de mujer u hombre que nos interesa tener; mencionar, por ejemplo, las carencias nuestras de cada día, cierto estilo de urgencias que impide reparar en normas básicas que hagan posible un comportamiento adecuado. Pudiéramos hasta decir que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, con música de la peor calidad incluida, están plagando las almas de un «ruido», de una visión fragmentada de la realidad, lo que impide valorar lo más enaltecedor del ser humano.

En este tipo de análisis, sin embargo, el determinismo sería fatal. Los cubanos siempre nos hemos distinguido por la probada capacidad de saltar por sobre todo abismo. Nosotros, en una intensidad que se resiste al fracaso, siempre hemos puesto amaneceres en las noches más cerradas. Y esto de hacer todo lo posible contra el desaliño es tarea de ahora, de enfrentar con altura y decencia cada episodio de la vida. Es tarea sin miedos, que no admite replegarnos.

La ética, la honestidad, la limpieza del espíritu no pueden ser la excepcionalidad. Podemos ser mucho mejores de lo que ya somos —probadas virtudes sobran, pues son ellas las que nos han traído hasta el presente tras décadas de una resistencia frondosa en fortalezas e ingenios.

La educación, como ya sabemos, es un devenir que jamás termina y que solo se da, como dicen los grandes pedagogos, en la interacción de un ser humano con otros. Y así como hemos sabido deslegitimar entre cubanos, sobre todo en el imaginario colectivo —gradualmente y con enormes esfuerzos— hábitos como el alcoholismo o fumar sin ver a dónde echamos el humo, o la violencia, deberíamos señalar crítica y aleccionadoramente, desaprobar hasta que sientan vergüenza, a esos desaliñados que nos afean la vida como si fueran moscas en el gran ajiaco de esta buena familia insular.

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