Los habituales votantes del premio de la popularidad, en el ambiente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, seguramente se refugiarán en los impactantes despliegues genéricos de argentinos o brasileños (La odisea de los giles, El cuento de las comadrejas, La vida invisible de Eurídice Gusmão, Divino amor) en tanto escasean las propuestas cubanas (solo un largometraje de ficción en competencia, Buscando a Casal; sola una ópera prima, Agosto) que pudieran conquistar el favor mayoritario.
Independientemente de los valores de ambos filmes, que reconoceremos oportunamente, el rebrote y los milagros del cine cubano prosperan este año en categorías como el corto de ficción (que evidencia la pujanza de los jóvenes y debutantes, pues la mayor parte de los títulos procede de la Muestra Joven), y sobre todo impacta la calidad del largometraje documental, con cuatro obras en competencia, muy distintas y tranquilizadoras respecto a un buen diagnóstico sobre la salud de nuestra cinematografía.
Según se explicó en rueda de prensa, el criterio de selección del Festival tiene que ver con la búsqueda de la calidad, el rigor artístico, y con el empeño de elegir filmes cubanos que estén al nivel de sus competidores latinoamericanos, de modo que nuestras películas dejen de ser las parientas pobres en medio de un desfile de opulencias procedentes no solo de Argentina, Brasil y México, sino también de Chile o Colombia, por solo mencionar los mejor representados en esta edición.
Y como los criterios de calidad, en asuntos artísticos suelen estar marcados por la relatividad, algunos cineastas criollos alegan que el Festival debiera seguir siendo la mayor oportunidad para que sus filmes alcancen visibilidad, en su carácter de vitrina internacional, tal y como procede Cannes con el cine francés, Berlín con el alemán, San Sebastián con el español, o Guadalajara con el mexicano, por solo mencionar unos pocos.
Así las cosas, fue excluido de la competencia Habana Selfies, de Arturo Santana, que se programa en la sección A sala llena, destinada a los filmes con vocación popular, pero que al parecer incumplen con los dictados estéticos que el Festival exige. En la semana siguiente a que culmine el certamen, se estrenará en salas, y será ocasión entonces para discutir virtudes y defectos. Prefiero hablar de la obra en sí antes de cuestionar o apoyar una política de selección que se dirige a traernos, año tras año, el mejor festival posible, a pesar de algún error, inherente a cualquier obra humana. Además, la competencia y los premios del Festival jamás se plantearon, entre sus principales objetivos, hasta donde yo conozco, devenir árbitros de lo mejor o de lo menos bueno del cine cubano. El Icaic pudiera actuar como Academia y plantearse la creación de un sistema de premios o reconocimientos que establezca jerarquías de calidad, algo que existe en todos los países con un aparato audiovisual bien instituido.
Aparte de toda polémica, nos quedan las películas que encontrarán o no el camino a su natural espectador.