El crecimiento desmesurado de las ciudades atenta contra su sostenibilidad. A lo largo del siglo XX, algunas urbes de América Latina alcanzaron una expansión demográfica que llevó a la concentración de millones de habitantes y sobrepasaron el número de pobladores de países como el nuestro.
Conocí la Ciudad de México cuando todavía era la región más transparente del aire. En pocos años se convirtió en una macrourbe, con gravísimos problemas de contaminación ambiental y serias dificultades para el movimiento de las personas. Los nuevos habitantes procedían de las zonas rurales empobrecidas y se lanzaban en busca de empleo en la servidumbre y en el sector informal de la economía.
Aprendí mucho acerca de la historia de la arquitectura y del desarrollo del urbanismo, una ciencia eminentemente interdisciplinaria destinada a sentar las bases conceptuales de un desarrollo armónico que tenga en cuenta tanto factores técnicos como sociales, con el propósito de procurar un hábitat hecho a la medida de las necesidades materiales y espirituales del ser humano.
Sin embargo, una lectura mucho más remota me había conducido a intuir dónde se encuentra el corazón que asegura la vitalidad de las ciudades. En Los Miserables de Víctor Hugo uno de los pasajes más emocionantes se produce en la persecución del protagonista por su enemigo inveterado, a través de las alcantarillas de París. Por esa extensa red subterránea se elimina buena parte de los desechos generados por la humanidad en su existir natural, junto con todos aquellos derivados del acrecentamiento de los hábitos de consumo. Son las aguas negras que, de no encontrar vías de salida, brotan a la superficie con la consiguiente pestilencia añadida a la aún más grave amenaza contra la salud. Los más acogedores conjuntos urbanos están amenazados por el socavamiento de la higiene que procede del subsuelo.
Por ese territorio invisible se produce el suministro del agua, del gas y, en muchas zonas, de la electricidad; contribuciones del progreso humano para sustentar la vida que conocemos, a partir del desarrollo de la modernidad. Sin ellos, el vivir en concentraciones urbanas resultaría imposible.
A pesar de no haber llegado a las dimensiones de las macrociudades, La Habana creció de manera indetenible en el siglo XX. En la capital del país se concentraba la administración del Gobierno, sostén de una burocracia hipertrofiada durante la República neocolonial por el clientelismo político, las llamadas botellas que compensaban a los electores de los partidos políticos.
Por su situación geográfica, seguía concentrando el acceso a la importación y exportación de mercancías, a la vez que mantenía en su seno el mundo de los negocios. A pesar del desempleo existente, ante la miseria de los campos la inmigración interna fue constante. Así se fue expandiendo horizontalmente. Apareció El Vedado, un conjunto urbano diseñado integralmente, según las tendencias más avanzadas de la época.
Los tentáculos de la ciudad se apoderaron de los municipios colindantes, como Marianao y Santa María del Rosario, mediante urbanizaciones de distinta calidad. Hubo barriadas de lujo, zonas modestas, repartos improvisados por la especulación financiera sobre el valor de los suelos, a veces concebidos con escasa atención a la adecuada infraestructura del subsuelo. También se urbanizaron espacios rurales, como sucedió en el municipio de Arroyo Naranjo.
La construcción del túnel bajo la bahía y el triunfo de la Revolución ampliaron la edificación de viviendas en sentido inverso al tradicional de la ciudad. Se llevó a cabo una marcha hacia el este. En esa dirección se produjeron dos etapas, una de ellas al crearse en 1959 el Instituto de Ahorro y Vivienda, que impulsó una encomiable labor constructiva en esa zona y en otros lugares.
Bajo la presión apremiante del crecimiento demográfico, el movimiento de microbrigadas edificó aceleradamente el barrio de Alamar, donde se concentra en la actualidad un considerable número de pobladores. Las sucesivas coyunturas de precariedad económica, la acción del bloqueo y el posterior derrumbe del campo socialista, unidos a la exigencia de prioridades para otras inversiones, contribuyeron a la falta de mantenimiento del subsuelo y de todo aquello que emerge a la mirada del paseante.
Por lo demás, aparecieron numerosas viviendas improvisadas, con frecuencia desprovistas de las adecuadas redes. Las distancias entre la casa y el centro de trabajo se acentuaron. La urbe que apenas en el siglo XIX derrumbaba las murallas que otrora la protegieron de los ataques piratas, se ha convertido en la gran Habana.
La conmemoración del medio milenio de su nacimiento incita a un necesario análisis interdisciplinario orientado a formular estrategias a corto, mediano y largo plazos, teniendo en cuenta la realidad concreta del presente y las perspectivas que depara el futuro.
Todo parece indicar que el tiempo de las macrociudades está llegando a su fin. Las tecnologías de la comunicación facilitan el trabajo a distancia. El aumento de la automatización de los procesos y la anunciada incorporación de la inteligencia artificial plantearán problemas prácticos y sociales en torno a la distribución del empleo, conjugados con la exigencia de poner coto a la depredación de la naturaleza.
Nuestras debilidades actuales pueden convertirse en fortalezas porque, a pesar de todo, nuestras ciudades conservan la dimensión humana, con el respiradero de sus parques y de sus espacios para la convivencia.
Disponemos de un panorama arquitectónico que, sin desconocer las tendencias de cada época, no se conformó con constituirse en copia mimética. Se ajustó a las características de los materiales disponibles y a las demandas del clima. En el litoral habanero no se levantaron altas barreras que interfirieran el movimiento natural de la brisa.
El encanto de La Habana reside en el carácter de su gente y en la preservación de la narrativa histórica de su paisaje arquitectónico. Favorecer el bienestar de sus moradores, convertir en conciencia activa el amor a su entorno edificado e impulsar un turismo cada vez más cualificado son factores interdependientes que actúan en favor del desarrollo al que aspiramos.