Lo que ha estado pasando en estos días en la frontera de México con EE. UU. es algo que desde semanas atrás se veía venir. Era completamente imposible que este país permitiera que una oleada de migrantes entrara en su territorio ilegalmente sin que las autoridades tomaran las medidas pertinentes para evitarlo.
Las situaciones de violencia que se han llevado a cabo quizá se hubiesen podido evitar si el Gobierno norteamericano hubiera tomado una serie de medidas preventivas y junto con las autoridades mexicanas, las hubieran aplicado. Una posible solución hubiera sido montar campamentos de refugiados en el territorio mexicano y desde allí, llevar a cabo las entrevistas necesarias para determinar a quiénes otorgar o no asilo en Estados Unidos.
El problema es que el Gobierno de este país, en boca de su mitómano presidente, comenzó, desde el mismo inicio de la famosa caravana, a acusar a los migrantes de ser bandas de delincuentes criminales que venían con la intención de asesinar y violar a los ciudadanos estadounidenses.
El presidente, en sus presentaciones de campaña electoral, comenzó a utilizar una oratoria incendiaria contra los centroamericanos que avanzaban rumbo al norte, y lo hizo con la idea de motivar a sus partidarios a que acudieran a las urnas a votar por los candidatos republicanos.
Utilizó el miedo como bandera política, pero poco le valió, ya que a pesar de esa retórica, los demócratas ganaron la mayoría en la Cámara de Representantes con una diferencia de votos entre los dos partidos nunca vista en la historia de esta nación. Casi nueve millones de votos más les sacaron los demócratas a los republicanos.
El Presidente, en medio de esa campaña, decretó que los migrantes que entraran ilegalmente en territorio norteamericano serían devueltos sin tan siquiera ser entrevistados por las autoridades de inmigración, acción que fue demandada en los tribunales y tuvo que ser temporalmente abolida por orden de un juez federal.
Por supuesto que el Gobierno de este país está en la obligación, tanto moral como legal, de oír la petición de asilo de los extranjeros que lleguen a este territorio legal o ilegalmente. Cuando firmó el decreto, bien sabía Mr. Trump del derecho que tenían los migrantes de ser entrevistados por oficiales del Departamento de Inmigración, pero como este caballero persiste en funcionar desde la Casa Blanca como si fuera un dictadorzuelo, lo firmó de todas maneras.
Se sabe que la mayor parte de los centroamericanos que se han concentrado en el lado mexicano de la frontera son personas que vienen a Estados Unidos, no a asesinar como afirma el Presidente, sino en busca de una mejor forma de vivir, vienen a trabajar para darles una mejor vida a sus familias y, además, vienen a hacer trabajos que muy pocos ciudadanos de este país quieren hacer; vienen huyéndoles a la pobreza de sus países, a la corrupción, a la falta de oportunidades económicas, a las desigualdades sociales, al atropello de las autoridades; a la violencia imperante, mucha de ella creada como consecuencia de las erróneas políticas que Estados Unidos han aplicado en aquella región, como por ejemplo, la invasión a Panamá para derrocar el Gobierno de aquel país; el apoyo que por años les dieron a los Somoza en Nicaragua y después la creación de las bandas contrarrevolucionarias para enfrentar al Gobierno sandinista; el apoyo inmediato al golpe de Estado en Honduras, en el que fue derrocado un Gobierno que llegó al poder en elecciones limpias y democráticas; el apoyo incondicional a la derecha salvadoreña que llevó al país a una sangrienta guerra civil que costó decenas de miles de muertos, y hace años atrás, el golpe de Estado en Guatemala, creado, organizado y financiado por la CIA y el Departamento de Estado en el que el Gobierno de Jacobo Árbenz fue derrocado.
Todos esos conflictos han traído como consecuencia la invivible situación por la cual atraviesa aquella región, la que ha llevado a que cientos de miles de personas, durante años, hayan tenido que abandonar su lugar de nacimiento para emigrar en busca de un mejor lugar para vivir.
En realidad, no tengo la menor idea de cómo va a terminar y qué solución se le va a dar al caos que se ha creado en la Frontera Sur, lo que sí sé es que la corriente migratoria no se va a detener mientras las condiciones de vida que imperan en los países centroamericanos sigan en la forma en que están.
Estados Unidos, con su inmensa riqueza, va a seguir siendo un imán que atrae hasta su territorio a las personas que huyen de esos países de Centroamérica, y como en gran medida los distintos gobiernos de este país han sido en mayor o menor grado responsables de la violencia en que hoy vive esa región, y como allí han estado metiendo sus manos década tras década, como dice la canción: «El que siembra su maíz, que se coma su pinol».