Con la justificación de la famosa «oferta y demanda» se han empezado a extender por nuestros predios ciertas tendencias que nos cercenan sueños y nos ponen a meditar si es posible edificar una sociedad en la cual algunos hombres dejen de transformarse en lobos para otros hombres.
No se trata solamente de que un aguacate, recogido de una planta adulta, que evita las complejidades del «riego y drenaje», sea vendido a un precio sacador de pupilas; ni que una cabeza de ajo parezca valer una mismísima cabeza humana.
La esencia del asunto va más allá de esos absurdos que nos golpean en la vida diaria, justificados por presuntos manuales de economía. El quid del problema es que muchos han ido confundiendo la ley del mercado con la tarifa del abuso.
Y así han comenzado a creer, con alguna lógica, que la tiranía del dinero pudiera imponerse a las regulaciones, la racionalidad y hasta el sentimiento de los seres humanos.
Si repasamos servicios como el transporte privado encontraremos numerosos casos en los que varios dueños o sus sustitutos aprovechan circunstancias de horarios o de altas demandas para aplicar sus latigazos de autoridad, que duelen en los bolsillos y en la profundidad del alma.
Y si viajamos a otras esferas de la vida hallaremos hechos que aunque nos parezcan dislates están ahí, como ganchos noqueadores en el estómago.
Ya han existido vendedores que hasta han preferido que sus mercancías se echen a perder, con el propósito de mantener los precios pellizcando el cielo, una práctica reveladora de oscuridades y torceduras.
Y ya se ha repetido la escena en la que un «dueño» le diga, delante de muchos, a un anciano con la ropa desgastada que intenta pagar una parte del pasaje: «Pues si no tienes todo el dinero, te quedas, viejo».
Hay otros ejemplos. En la ciudad donde vivo y escribo, Bayamo, vi, un Día de los padres, que las flores subieron más del doble del precio acostumbrado. Cuando alguien inquirió por tan colosal salto los vendedores dijeron: «Para estas fechas suben», como si a los pétalos les hubieran salido bombillos led.
La peor arista de esta realidad habita en las conductas que pueden generarse en ambos lados: tanto en el que coloca su vejatoria nube de precios, como en el que la acata por necesidad o por pocos deseos de defenderse.
El primero sería capaz hasta de humillar o aplastar; mientras el que debe abonar se ve en la disyuntiva de sentirse un electrón apabullado por el contexto; o de proteger su dignidad, al menos, con una frase que encienda verdades.
El Proyecto de Constitución de la República de Cuba que discutimos ahora a lo largo de nuestra geografía refrenda la planificación económica y también la necesidad del mercado en un mundo interconectado y globalizado. Haría falta un debate que rebase y enriquezca el documento, por supuesto.
Sin embargo, las legislaciones siempre serán normas generales, imposibilitadas de abolir el individualismo, la codicia u otros males que viven en el interior de las personas.
Nadie debería ir en contra de la prosperidad o del dinero, cuando llegan limpios. Pero en todo tiempo tendremos que oponernos, desde la postura de cada cual, a la vejación o al menosprecio, al maltrato o al insulto, porque si somos pacientes ante esos fenómenos, los nubarrones nos empaparán el nervio y el reloj, la esperanza y el corazón.
Uno de los caminos —que no el único— es continuar sembrando los llevados y traídos valores; por más que cientos los miren como lejanos peñascos. Por fortuna, para ese propósito contamos con el acicate de aquellos patricios que, dejando sus cuantiosas riquezas, se alzaron hace 150 años. A ellos y sus seguidores tendremos que volver una y otra vez, para que la virtud venza el aullido lanzado por algunos seres que intentan comernos la existencia.