Ana Margarita Mosquera Rimada todavía conserva el pañuelo que llevaba ese día sujeto a la cabeza, confiesa, luego de ver un material audiovisual que recoge todos los momentos de la visita del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a Santa Clara el 30 de septiembre de 1996. Era la primera vez que lo compartía con sus compañeras de trabajo de aquellos días.
Entonces, el eterno líder de la Revolución Cubana realizaba uno de sus acostumbrados recorridos por la región central del país, y llegó a la ciudad que no lo acogía desde hacía varios años. El organopónico, fundado oficialmente el 8 de octubre de 1994 con el nombre de Las Marianas, fue uno de los sitios que Fidel visitó ese día.
Ana Margarita estuvo entre las cerca de 180 mujeres villaclareñas que se fueron al surco al primer llamado hecho por las organizaciones de la localidad. Las Marianas surgió para producir alimentos que el período especial alejaba de la mesa de los cubanos. Y nuestras mujeres, siempre en primera línea, no fallaron. Recepcionistas, bibliotecarias, maestras y médicas, entre otras profesionales, cambiaron de oficio de la noche a la mañana.
De oficinista del Taller de televisores de Santa Clara, Ana Margarita se convirtió en una honrada trabajadora del organopónico. Ella y sus compañeras llegaban muy temprano a la huerta y veían caer la noche con la guataca en la mano. Trocaron los horarios y las labores. Sin renunciar a los instantes familiares, le dedicaron mucho tiempo de sus vidas a la tierra. Era un acto de amor y de compromiso.
Y lo lograron. En menos de lo que muchos esperaban aquel organopónico comenzó a sobresalir entre los de su tipo en el territorio y su colectivo se ganó la admiración de una Santa Clara que veía con orgullo que un grupo de sus mujeres lograban un rendimiento de 20 kilogramos por metro cuadrado y llegaban a cada familia con productos de alta calidad.
«Maravilloso, han hecho una gran obra y le han prestado un gran servicio al pueblo, algo digno de las herederas de Mariana Grajales». Son palabras de Fidel que Ana Margarita lleva muy adentro, como uno de los más hermosos regalos que ha recibido en su vida.
Porque estas palabras fueron las que el Comandante en Jefe escribió en el libro de visitas del organopónico aquel 30 de septiembre de 1996, luego de constatar en cada palmo de tierra recorrido la obra de mujeres villaclareñas, de mujeres de la Revolución.
Ese mismo día, también Fidel recibió un regalo. Pepinos, rabanitos, rábanos blancos —que nunca él había visto—, lechuga y acelga, que le entregó la propia Ana Margarita en una cesta. «Ah, me salvé», fue la ocurrente respuesta del líder, cuando tuvo en sus manos los frutos de una especial cosecha.
Un día en la vida de Ana Margarita del que, con la misma emoción de entonces, habló 22 años después. Los recuerdos siguen intactos.
Según nos contó en días recientes, jamás retomó su puesto como oficinista del Taller de televisores de Santa Clara. En aquel mismo momento en que pudo cumplir su sueño de niña de besar al Comandante, selló su compromiso con la tierra que abonó durante largos años.
Hoy el organopónico no se parece al que fundara una entonces Ana Margarita de 33 años. Las tierras que antes cultivó, ampliadas hasta cerca de 36 hectáreas, ahora son atendidas por soldados del Ejército Juvenil del Trabajo.
La energía y el aliento de los jóvenes dan nuevos bríos al organopónico, haciendo uso de lo más avanzado de la ciencia y la tecnología. A juicio de la protagonista de esta historia, una excelente oportunidad para no dejar marchitar el legado de la Mariana que aún la inspira en cuerpo y alma.
Hasta noviembre de 2017, Ana Margarita trabajó la tierra. La conoce bien como muchos. En la actualidad, desde otras funciones, no le quita los ojos de encima. Siente que le debe eso a Fidel, servir al pueblo donde quiera que esté.