Del mítico guerrillero Ernesto Guevara existen cientos de fotos realizadas en los más heterogéneos contextos. Casi todas han sido publicadas en la prensa mundial y reproducidas en prendas de vestir y en objetos de todo tipo. No es de extrañar tamaña universalidad tratándose del Che, una de las personalidades más recias e icónicas de la segunda mitad de la pasada centuria.
La más famosa la hizo Alberto Korda, artista cubano del lente, el 5 de marzo de 1960. Retrata al comandante guerrillero con la indignación dibujada en el semblante. Le fue tomada durante el multitudinario acto de repudio al sabotaje perpetrado un día antes en un muelle habanero contra el vapor francés La Coubre. Más de cien víctimas inocentes fueron el corolario del crimen.
Pero no pretendo hablar sobre la iconografía guevariana. Solo me referiré a una pieza de su indumentaria devenida símbolo legítimo de su personalidad. Se trata de la boina con la que figura en buena parte de sus imágenes. La boina con la que hizo casi toda la campaña invasora hacia el occidente del país al mando de un grupo de valientes forjados a imagen y semejanza de su líder.
Hay una historia para contar. Cuando llevaba a cabo la cruzada verde olivo rumbo al oeste de la Isla, el Che llegó a territorio tunero tocado con una gorra militar de visera que alguien le regaló en su campamento de la Sierra Maestra. Con ella aparece en varias imágenes de la época, como las que le fueron tomadas operando los equipos de Radio Rebelde en la cordillera oriental.
Aquella gorra no permaneció mucho tiempo sobre su testa. Andaba el Che de recorrido por las comarcas de Sumacará y San Miguel del Junco, en el actual municipio tunero de Amancio, cuando la perdió en una maniobra. Les pidió a sus hombres que la buscaran. Pero, a pesar de que peinaron la zona, no lograron encontrarla. Rabel Arias, un lugareño que le sirvió de práctico por aquellos días, dio fe de la veracidad del hecho en una entrevista de prensa.
En tales circunstancias, y según lograron establecer mediante conversaciones con testigos los especialistas del museo municipal de Amancio, alguien de la tropa le ofreció al Che una boina procedente de un lote de diez piezas idénticas enviado por un simpatizante del Ejército Rebelde desde la lejana España y que un miembro de la columna transportaba en su mochila de campaña.
El comandante guerrillero la tomó en sus manos, se la probó y, al comprobar que le venía bien, se la quedó. En lo adelante, apareció con ella, incluso hasta después del triunfo de 1959, cuando fue nombrado Ministro de Industrias y recorría el territorio nacional vestido de campaña. No imaginaba que, a partir de ahí, aquella boina escribiría su propia historia como emblema de lucha en los más insospechados parajes del planeta.
Algo quieren dejar claro los museólogos tuneros: no les consta que sea la boina amanciera la que lució siempre. Ellos saben que el Che tuvo predilección por ese tipo de prenda. Tanto, que llegó a tener varias de diferentes modelos y colores. De manera que no es su propósito generar polémica.
El tema, empero, fue debatido en un intercambio de experiencias entre directivos de plazas de la Revolución del país, efectuado hace algunos años en Las Tunas. Los visitantes de la institución de Santa Clara informaron tener entre sus piezas museables más de una boina, todas usadas por el Che. Desde el pasado 16 de abril sus réplicas rotan por centros destacados de esa provincia.
De manera que esa reunión de expertos no pretendió dejar sentado nada sobre el particular. Pero, a todas luces, los investigadores del Balcón del Oriente cubano no hallaron objeción en algo al parecer razonable: donde primero el Guerrillero Heroico usó boina al frente de su columna invasora rumbo a occidente fue en Las Tunas. Hay una lógica elemental: si llegó a predios villareños con ella puesta, es porque ya la traía de antes. ¿O no?