Si triste es la muerte, más lo es cuando viene guiada por el odio, el rencor y los instintos más salvajes contra los que se ha luchado. Así sucedió al joven Alberto Delgado Delgado, cuyo cuerpo, encontrado en la mañana del 29 de abril de 1964, ultrajado y colgando de un árbol a la orilla del espirituano río Guarabo, tuvo que ser enterrado en el anonimato.
Corrían tiempos difíciles para la Cuba revolucionaria, cuando este combatiente de la Seguridad del Estado fue asesinado por bandidos bajo las órdenes de Cheíto León y Rubén Cordobés.
Reconocerlo entonces como el protagonista de una de las acciones más brillantes de la gesta contra las bandas contrarrevolucionarias en el Escambray, ponía en riesgo la labor defendida hasta las últimas consecuencias por este combatiente, nacido el 10 de diciembre de 1932 en la finca Ramblazo, en San Pedro, Trinidad.
Su despedida ocurrió sin honores ni glorias, solo en presencia de familiares y conocidos muy cercanos. No podía ser de otra manera. Se trataba de demostrar que allí no descansaba «el Enano», agente de la Seguridad, sino el «contrarrevolucionario» que a mediados de octubre de 1961 comenzó a relacionarse con colaboradores de los alzados, y que llegó a convertirse en el enlace entre La Habana y Las Villas (antigua provincia central del país).
El Hombre de Masinicú, como se le conoció por desempeñarse como administrador de la finca homónima durante su etapa de infiltrado contra el bandidismo, tuvo que esperar tres años para que su nombre resurgiera del anonimato.
Apenas unos días antes de su deceso sus acciones habían posibilitado la captura de los connotados bandidos Maro Borges y Julio Emilio Carretero, este último considerado la máxima autoridad del autotitulado Ejército de Liberación Nacional del Escambray, y asesino del alfabetizador Manuel Ascunce Domenech, del campesino Pedro Lantigua, de la familia Romero y de otros vecinos de la zona.
Estos alzados fueron los primeros capturados en la operación Trasbordo que, con Alberto Delgado como principal figura, impidió la salida del país de connotados contrarrevolucionarios financiados por Estados Unidos para sembrar el terror en las montañas del centro de la Isla.
De ahí lo oportuno de esperar hasta el 28 de abril, pero de 1967 —hace hoy exactamente 50 años—, para que el Enano emergiera del silencio, y sus restos fueran exhumados, rindiéndosele los honores correspondientes a un militar caído en defensa de la Patria socialista.
En esa ocasión, primera en la que el pueblo de Cuba conoció la verdadera identidad del Hombre de Masinicú, fue ascendido póstumamente al grado de teniente del Ministerio del Interior (Minint) e inhumado en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en el Cementerio de Colón.
Años más tarde, durante el acto conmemorativo del 10mo. aniversario de la creación del Minint, el 6 de junio de 1971, el Comandante en Jefe Fidel Castro se refirió a quienes, como el Enano, ofrendaron su vida en defensa de un ideal.
Las palabras de Fidel acompañan hoy el monumento que, justo en el lugar donde fuera encontrado su cadáver, le rinde tributo a la entrada de Trinidad: «Son conocidas ya las anécdotas y las historias de héroes extraordinarios, muchos de los cuales dieron sus vidas. Incluso combatientes que durante años permanecieron en el anonimato; héroes anónimos cuya verdadera identidad no podía ser divulgada, y que arrastraron ese papel, doblemente heroico, de dar su vida por la Revolución, pero a la vez dar su vida por la Revolución sin que el pueblo siquiera supiera que quien moría allí no era un mercenario sino un revolucionario».
Pasaron 53 años de aquella muerte, cuya épica quedó tan gallardamente inmortalizada en el cine cubano, tal vez como advertencia de que los medios cambiaron, aunque siguen intactos los fines y la naturaleza de los enemigos de la causa cubana, contra los que se agigantó el Enano de Masinicú.