Ya no hay que salir en el sigilo de la madrugada desde otra tierra, ni esperar la distancia de las olas para cantar el Himno de Perucho. En 60 años, el yate que nos conduce ha crecido de aquellos 13 metros mexicanos y tiene una eslora de 1 250 kilómetros, de San Antonio a Maisí, sobre la cual, más que 82, navegamos más de once millones de expedicionarios.
Con el Apóstol y Fidel como eterna carta náutica, ahora todos tenemos experiencia marinera. Cuba libre prueba nuestra habilidad para evitar el naufragio de la patria por mucho que, con sus «Nortes», el mal nos revuelva el mar.
Es cierto, a diario tenemos ciénagas que cruzar, mangles que vencer, emboscadas que sortear, pero siempre nos reagrupamos. Es nuestra fórmula de victoria. Siempre aparece una flor con el rostro de Celia, prendido en un pétalo para recabar el apoyo al proyecto del líder. Siempre se nutre desde la raíz popular un Ejército que no pierde su indómito apellido.
Seguimos unidos. Y cada día, a bordo de esta Isla, amanecemos con la idea de salir-llegar, llegar-entrar y entrar-triunfar. Juntos convertimos un yate de recreo en el acorazado de la libertad. Y, como en otro diciembre, Fidel seguirá atento: cada vez que un cubano cae al agua, él manda que Cuba dé las vueltas que hagan falta para rescatarlo.