La calle donde vivo es «asaltada» cada tarde. Alrededor de diez niños con balones de diferentes tamaños, gritos y palabras «lanzadas» en forma de pedradas a los oídos por sus significados, toman la arteria. Poco importa si, desde la guagua local o cualquier medio de transporte se desgalillan pidiendo que se retiren para que los carros sigan su paso, o si algún transeúnte es víctima de un pelotazo. A los «muchachones» la concentración en los juegos les impide ver y escuchar cuánto peligro les rodea.
Según datos del Ministerio de Salud Pública, en Cuba una de las principales causas de muerte son los accidentes. Y aunque la palabra parezca aislada a nuestro contexto diario y solo se asocie a una gran tragedia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define el término como aquel «acontecimiento fortuito, generalmente desgraciado o dañino, como acontecimiento independiente de la voluntad humana, provocado por una fuerza exterior que actúa rápidamente y que se manifiesta por un daño corporal o mental».
El juego en la calle, por donde constantemente circulan vehículos y existen objetos peligrosos como los cables del tendido eléctrico y bordes filosos de construcciones, así como azoteas, puede propiciar la ocurrencia de hechos de consecuencias lamentables.
Quizá para algunas personas el tema resulte algo exagerado. Pero las cifras del departamento de estadísticas del Hospital Pediátrico Provincial José Martí, de Sancti Spíritus, me confirman que no es un tópico como para pasar por alto. Hasta agosto de 2016 llegaron a ese centro 783 infantes víctimas de accidentes en la calle, número que sobrepasa en 130 a los computados en 2015.
Llama la atención, asimismo, que el número de varones que sufren ese tipo de accidentes es muy superior al de las niñas, lo que, de algún modo, se emparenta y justifica en el precepto machista de que «para ser hombre hay que ser de la calle».
Según la información ofrecida en el centro pediátrico yayabero, los accidentes más frecuentes se deben a la falta de vigilancia y de autoridad, la ausencia de orden y los malos hábitos que conviven en el entorno familiar y que se imitan para «alcanzar» más rápido la mayoría de edad.
De acuerdo con algunos estudios sobre el tema, muchos de estos hechos ocurren en presencia de mayores en un momento de distracción o simplemente porque no se imagina o piensa que una determinada situación puede representar un peligro. Estamos en presencia de un tema que exige que las familias asuman una mayor percepción de riesgo cuando los menores juegan en espacios no idóneos. Hace falta aguzar con más resolución los ojos y oídos adultos para alertar y prevenir la ocurrencia de un accidente.