Los hay reacios a entrar por el aro. Es como si una ceguera proverbial les impidiera ver que se está cerrando el cerco sobre quienes han hecho del vivir por la izquierda su esencia lucrativa.
Por ahí están. Y a veces, o casi siempre, para ser más exacto, operan a la vista pública, proponiendo —¡eso sí, bajito, aquí o allá!— ventas de minucias y otras cosas de más peso, no solo por el valor y sus kilogramos, sino por su envergadura.
A ellos les da urticaria el trabajo: lo mismo con el Estado que como cuentapropistas. «Qué va, ¿para tener que pagar impuestos?», he escuchado enfatizar a algunos de esos personajes que, al parecer, se creen intocables.
Casi siempre se les da pita para poder descifrar la red completa y lograr que todos sus componentes caigan, de un tirón, en el jamo de la legalidad.
En negocios intervienen más de uno. Está, por supuesto, el maceta que pone la plata para acopiar al por mayor. Luego aparecen los revendedores que, más allá del precio que les fija el mandamás, venden por encima para obtener más ganancia. Todo carísimo, pero siempre hay quien desembolsa para satisfacer una necesidad imperiosa.
Este proceder, que origina pesos contantes y sonantes por montones, se basa, muchas veces, en el acaparamiento en contubernio con empleados estatales sobornados sin que sus jefes se den cuenta. ¡Uf...!
Lógicamente, esa práctica perjudica el mercado oficial y, consecuentemente, a la población, que debe desembolsar más dinero para conseguir un producto.
Ahora mismo acaban de desarticular en Santa Clara una red dedicada a la compra, acaparamiento y comercialización ilegal de grandes cantidades de artículos de ferretería, plomería y efectos electrodomésticos procedentes del sector estatal.
Les llegó la hora a estos que hicieron oídos sordos al mensaje clarísimo de las autoridades de que las ilegalidades no se van a permitir, porque sencillamente pueden comprometer el curso cotidiano de nuestra sociedad.
El negocio abortado no era ninguna minucia. Se les ocuparon más de 10 800 artículos de plomería y ferretería, efectos electrodomésticos y 1 123 996 pesos, entre CUP, CUC y dólares estadounidenses.
«¡Candela!», se escuchó en el «bajo mundo», ese de los negocios ilícitos a costa del Estado, mientras en la tribuna de la calle el destape se recibió con satisfacción, porque aprueban, como en cualquier lugar, esa protección que corresponde imponer a las autoridades ante quienes quebrantan la legalidad.
Como siempre ocurre cuando se desarticula cualquiera de estas acciones, los acogidos a tan cuestionable modo de vivir se repliegan, esperanzados en que se trata solo de un ejercicio momentáneo y que todo volverá a la normalidad, lo que para ellos significa dejar de hacer y deshacer. Pero seguir así es lo que pide el respetable. Y esas sí son palabras mayores.