Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El jardinero de Guayos

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Desde hace poco tiempo, un hombre reina en un jardín que, aunque ubicado en las afueras de la comunidad cabaiguanense de Guayos, el aroma y color de sus flores encantan a los pobladores de esa localidad.

Semejante a Jean-Baptiste de La Quintinie, protagonista de El jardinero del Rey, novela de Frédéric Richaud, este espirituano del siglo XXI elimina las malas hierbas, labra la tierra, injerta esquejes y batalla contra «los caprichos» del clima. Pero en nada se parece al personaje del Palacio de Versalles, quien alimentaba al reino de las pelucas, de las risas y de las traiciones, bajo las narices del monarca francés Luis XVI. A diferencia de aquel, Abel López Álvarez se ha convertido en un verdadero salvador para aquellas personas que precisan de una flor para aliviar el dolor o enaltecer las alegrías del alma.

Por ese afán, pasa los días eternamente enamorado de sus producciones fragantes, esas que en un principio causaron incomprensiones, pero que ya han cosechado muchas satisfacciones.

«Para mi papá lo único que daba resultados es lo de antes: tabaco, frijoles, maíz… Sin embargo, poco a poco he demostrado que esto también permite recoger frutos y ya para muchos soy el florero de Guayos».

Abelito aprendió por iniciativa propia y con los abonos idóneos: empeño, insistencia y paciencia, a mimar cada uno de los pétalos que emergen de su tierra. Primero dedicó las intensas jornadas bajo el sol al cultivo de vegetales, los que, a su juicio, tienen mucha relación con las flores.

En esa actividad inicial obtuvo, durante cinco años consecutivos, la condición de Referencia Nacional de la Agricultura urbana. Mas, la propia necesidad de ampliar los canteros a la jardinería y los problemas con la obtención de agua, lo motivaron a indagar no solo en el fascinante universo de las rosas, una planta que descubrió cuando apenas era un adolescente, sino en el resto de las flores.

Nació entonces, en el pequeño organopónico, una cobija ideal, donde resguarda con recelo nardos, azucenas, margaritas japonesas y otras variedades. Todas de grandes tamaños, exquisitos aromas, cada vez más cercanas a la perfección que, en ocasiones, es posible conseguir de la naturaleza.

Así, sin mucho aparataje, Abel López Álvarez se ha convertido, desde entonces, en una especie de gurú de las flores, pues sus producciones asombran por la dimensión de los pétalos y la durabilidad después que son cortadas. No importa si llueve mucho o si el sol se empeña en calentar demasiado, siempre su tierra se las ingenia para dar a luz. Bien lo saben sus habituales clientes en el parque de Guayos o en el cementerio de la localidad.

«No es una fama muy grande. Pero me siento satisfecho de que muchas personas prefieran mis plantaciones y las busquen. Eso me hace seguir», dice quien ya ha cosechado el bichito de la jardinería en su hijo y esposa.

Pero, las flores de Abel también lo han hecho vivir intensas situaciones. Más de una anécdota forman parte del abono que afianza su amor hacia la horticultura.

«He debido “inventar” varios cuentos cuando un corazón enamorado me ha enviado a entregar una de mis rosas a una joven que su padre no sabe que tiene novio e, incluso, a más de una mujer casada», alega sonriente, después que los nervios son historia.

Y aunque los sustos podrían haber sido suficientes para dejar a un lado esa labor, él disfruta conocer que una de sus flores, esas que nacen fruto del calor de sus manos ásperas por la tierra, sellaron la pasión entre dos personas. No precisa de mucho más, esa es la recompensa ideal a la dedicación y entrega del jardinero de Guayos.

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