Edgar Morín, el gran pensador francés, bien podría ser una de las alternativas para vislumbrar el horizonte ante los precios altos de los alimentos agropecuarios en Cuba. Morín, considerado el padre de la Teoría de la complejidad, advierte que para superar los problemas complejos no se puede contar con una sola respuesta. Se necesita, al contrario de lo que algunos pudieran imaginar, varias fórmulas y alternativas, todas debidamente integradas.
Esta premisa adquiere relevancia cuando se dice que el incremento de las producciones es la solución para que los alimentos sean accesibles al bolsillo nacional. La tesis adquiría rango de exclusiva en una asamblea reportada por la televisión, en la que se insistía en que aumentar la productividad en el campo era la única posibilidad ante el problema, no otra.
Ese criterio posee una alta dosis de verdad; sin embargo, adoptar posiciones de exclusividad, insistir en que esa es la única salida a la situación, puede conducir a soslayar la importancia de otros eslabones en la cadena agrícola, como la contratación, distribución y comercialización, los que también inciden en el valor de los alimentos, o de «la papa», como se dice popularmente.
Convertidos esos espacios en una suerte de huecos negros para la vida de los cubanos, su relevancia se aprecia cuando entidades agrícolas alcanzan volúmenes importantes de cosecha. No obstante, lo que debiera convertirse en un buen augurio para el bolsillo, en no pocas ocasiones se torna en incertidumbre ante la pobre disponibilidad de vehículos en Acopio para sacar los alimentos obtenidos por el sector campesino y el estatal.
Tal situación origina pérdidas, sobre todo a partir de la presencia de numerosos intermediarios ilegales, quienes evaden los impuestos y las normativas estatales de comercialización.
Si a lo anterior se añade que en buena medida el parque automotor de Acopio es viejo y alto consumidor de combustible, entonces por ahí se tensiona un esquema económico que puede originar incumplimientos en las contrataciones con las consiguientes pérdidas en las bases productivas y encarecimiento de los alimentos.
Otro punto oscuro y para nada desdeñable es la tarima. De acuerdo con investigaciones y criterios de académicos, los productos del agro se mueven dentro de un mercado caracterizado, entre otros elementos, por ciudadanos con bajo poder adquisitivo frente a otros de altos ingresos que pueden acceder a los precios de usura, creando las condiciones para mantenerlos en una tendencia al alza.
A ello se suman las notables debilidades existentes en el país con los mecanismos de protección al consumidor. En nuestra opinión, muy poco se podría lograr si la agricultura incrementa sus resultados en el surco y al final el ciudadano común es pasto de pesas y fichas de costos adulteradas, del poco control sobre el cumplimiento de las normativas del Estado o del acaparamiento y desvío desde el propio mercado hacia las redes de especuladores.
No es un secreto que al lado de honestos trabajadores cuentapropistas han surgido otros que acaparan los envíos a los mercados bajo el argumento de que estos funcionan bajo la ley de oferta y demanda.
Tampoco es oculto que, antes de los debates de la Asamblea Nacional, la indicación estatal de rebajar el valor de las viandas y hortalizas cuando estas perdieran calidad en numerosas áreas de venta solo era cumplida en papeles. Como es público, además, que la disposición adoptada de topar precios, luego del intercambio en el Parlamento, casi siempre se mueve en sus puntos más altos, no en los bajos.
Por estas razones, entre tantas otras que pudieran mencionarse, acercar el campo a la mesa de los cubanos no será el resultado de una sola solución, aunque esta sea la decisiva. En la economía, como en la pelota, ganar es cuestión de muchos poquitos. O de lo contrario, y la vida lo ratifica, se nos seguirán escapando tranquilamente los corredores por tercera y con muy pocas posibilidades de tomarles un out definitivo en home.